4 de noviembre de 2021 - Jueves de la 31ª semana

Lucas 15:1-10

Homilía

         

          En el Evangelio de ayer, Jesús expuso las exigencias radicales que planteaba a los que le seguían.  Inmediatamente después, vemos que los publicanos y los pecadores se reúnen en torno a él, para gran escándalo de los fariseos y los escribas, que le reprochan que acoja a los pecadores y coma con ellos. En respuesta a estas murmuraciones, Jesús les ofrece no una sino tres parábolas, todas ellas con el tema central de la alegría en el cielo cuando un pecador se arrepiente y vuelve a Dios.  Es una alegría similar a la del pastor que ha encontrado la oveja que había perdido, o a la de la mujer que ha encontrado la moneda de plata que había perdido.  La tercera parábola, que no se incluye en la lectura del Evangelio de hoy, describe la alegría de un padre cuando su hijo pródigo vuelve a casa. 

 

          Los fariseos consideraban a los publicanos y a los pecadores como clases con las que una persona que se respeta a sí misma no debe asociarse; y se escandalizaban de que Jesús comiera con ellos.  A través de esta parábola, Jesús enseña que lo realmente importante no es lo que son estas personas, sino lo que es Dios, ya que, en definitiva, todos somos pecadores.  El enfoque principal de cada una de estas parábolas no es la conversión del pecador, sino la alegría que Dios experimenta cuando el pecador vuelve a Él.

          Cuando sintamos que ya no estamos en el camino de la perfección, esforcémonos por descubrir aquello a lo que nos hemos quedado apegados, lo que aún no hemos aceptado perder.  Una vez más, emprendamos con renovado ardor el camino de la vida monástica, que San Benito describe, desde las primeras líneas del Prólogo de su Regla, como un camino de regreso a Dios.  Y que nuestra propia alegría esté arraigada en la convicción de que así llevamos la alegría a Dios.