27 de febrero de 2022 - 8º domingo "C

B 27:4-7; 1 Cor 15:54-58; Lc 6:39-45

Homilía

           En una primera lectura, este evangelio nos parece una colección algo inconexa de palabras de Jesús que no guardan mucha relación entre sí.  Pero este no es el estilo de Lucas, que es un buen escritor, y que sobre todo sabe cómo estructurar una historia. Así que veamos el contexto. 

           Este fragmento forma parte del discurso de Jesús a la multitud, que corresponde al "Sermón de la Montaña" de Mateo. (En Lucas, Jesús no está en la montaña, sino en un "lugar llano").  Hace dos domingos tuvimos las bienaventuranzas; luego, el domingo pasado, la llamada a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial. Y el texto terminaba con: "No juzgues y no serás juzgado. Perdona y serás perdonado..."

           Este "Sermón a la multitud" de Lucas termina con una parábola que el texto que hemos leído no nos da.  Nuestro texto comienza bien con la mención: "También les contó una parábola".  Ahora bien, esta parábola vendrá en los últimos versos de este capítulo, que no hemos leído, y que ponen fin al discurso de Jesús.  Es la doble parábola del discípulo que, habiendo escuchado la palabra de Jesús, construye su casa sobre roca sólida o sobre arena movediza.  Esta parábola está introducida por tres preguntas, las dos primeras de las cuales tenemos en nuestro texto de hoy, la tercera es: "¿Por qué me llamas "Señor, Señor" y no haces lo que digo?"

           Volvamos al texto que acabamos de leer, que comenzaba con la pregunta: "¿Puede un ciego guiar a otro ciego?".  A esta pregunta le sigue la afirmación: "El discípulo no está por encima del maestro".  Lo que Jesús nos recuerda aquí es que tenemos un solo maestro, al igual que tenemos un solo padre.  Él es nuestro guía.  Y si tratamos de guiarnos a nosotros mismos, y mucho menos a los demás, según nuestras propias luces, somos ciegos que llevan a otros ciegos a su perdición.  Estamos construyendo sobre arena.  Además, Jesús añade: "El que está bien formado -el que se ha dejado formar por el maestro- será como su maestro".  La formación, la doctrina recibida, debe ponerse en práctica y transmitirse a los demás.  Esta enseñanza se retoma en la última parábola: "El que escucha mis palabras y las pone en práctica es como un hombre que ha construido su casa sobre la roca".

           Luego viene la segunda pregunta: "¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, mientras que la viga en tu propio ojo no la notas?  La tentación -a la que a menudo sucumbimos- es interpretar estas palabras como si Jesús nos invitara a no corregir nunca a nuestro hermano, ya que somos tan pecadores e incluso más que él.  Jesús es mucho más exigente.  Nos invita a quitar la paja en el ojo de nuestro hermano.  Es un deber de caridad.  La corrección fraternal es un deber del que un cristiano no puede escapar.  Pero Jesús también nos dice que debemos corregirnos a nosotros mismos, y hacerlo en primer lugar quitando la viga en nuestro propio ojo.  Debemos hacer ambas cosas y no descuidar ni una ni otra.  El hecho de que Jesús hable aquí de "tu hermano" y no de "tu prójimo" muestra que estas recomendaciones se dirigen en primer lugar a sus discípulos y que, por tanto, se aplican de forma especial a toda comunidad cristiana.

           Si practicamos estas recomendaciones seremos como árboles buenos cuyos frutos serán: amor, fraternidad, alegría, armonía, paz.  Si los descuidamos, seremos como un árbol maligno cuyo fruto será la tibieza, el odio, la tensión. 

           Y, como siempre, Jesús nos devuelve a lo esencial, que es la pureza del corazón.  Si el corazón no se deja purificar por la enseñanza del maestro, las palabras que salgan de él serán falsas y llevarán a otros a su ruina, como un ciego que conduce a otros ciegos al abismo.   Pero si el corazón es puro estará abierto a la enseñanza del maestro, y podrá transmitir esa enseñanza con la palabra del ejemplo.  "El que está bien formado será como su maestro.

Armand Veilleux