28 de marzo de 2022 - Lunes de la 4ª semana de Cuaresma

Is 65:17-21; Juan 4:43-54

H o m i l í a

Al comienzo de la segunda mitad de la Cuaresma, las lecturas del Evangelio están tomadas del Evangelio de Juan, que, como vimos la semana pasada, está construido sobre una serie de signos, acompañados de palabras. Y el lugar donde se realiza ese signo es siempre importante.

El primer signo fue la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, en la Galilea natal de Jesús. Luego subió a Jerusalén, donde expulsó a los vendedores del Templo. De regreso a Galilea, pasó unos días en Samaria, donde tuvo lugar su encuentro con la mujer samaritana.  Ahora está en Galilea, donde es bien recibido, e incluso se le encuentra en Caná. Allí se encuentra con un funcionario real, por tanto, extranjero, cuyo lugar de residencia era Cafarnaúm, otra ciudad de Galilea mucho más importante que el pequeño pueblo de Nazaret o incluso Caná.

Este funcionario de la autoridad romana, que ocupa Palestina, viene a buscar a Jesús.  El diálogo que tiene lugar es extremadamente sobrio y bello. 

Este funcionario es un hombre práctico. Va directamente al grano. No es obsesivo como los fariseos, incluido Nicodemo: "Sabemos que eres...". Sabe que Jesús hace milagros, así que le pide que vaya a su casa para curar a su hijo moribundo. Jesús hace un comentario a todos, especialmente a los Judíos: "Si no veis señales y prodigios, no creeréis".  El funcionario, un hombre práctico, no entra en estas discusiones teológicas. Todo lo que quiere es que su hijo se cure. No le importan estas consideraciones y simplemente le dice a Jesús: "Baja antes de que mi hijo muera”.  Así que no tiene ninguna duda de que Jesús puede curar a su hijo.  Tiene fe sin saberlo.  A Jesús le gustan estos caracteres directos: "Vete, tu hijo está vivo".  Y el diálogo termina ahí.  Jesús no tiene nada más que decir. Una vez que se ha producido la curación, el funcionario romano cree -tiene fe- y toda su familia también.

Al leer este texto, uno tiene ganas de decir: "Pero la fe es sencilla.  ¿Por qué la complicamos tanto con nuestros razonamientos abstractos?”                                                                                                                                                                

Armand Veilleux