1 de agosto de 2022 -- Lunes de la 18ª semana ordinaria del año par

Jer 28:1-17; Mt 14:13-21

HOMILÍA

Esta multiplicación de los panes, relatada en el Evangelio que acabamos de leer, es el único milagro de Jesús del que dan cuenta los cuatro evangelistas.  Esto demuestra la importancia que los primeros cristianos le atribuían.  Cada Evangelio quiere mostrar a Jesús, a su manera, como el nuevo Moisés, capaz de alimentar a su pueblo en la soledad y de guiarlo por el desierto, Mateo, en la versión de la historia que acabamos de escuchar, describe explícitamente a Jesús entrando en el desierto, rodeado de una multitud sin comida.

Dos aspectos de este relato merecen especialmente nuestra atención. Jesús no sólo se siente movido por la compasión hacia las multitudes pobres y hambrientas, sino que les da comida real, concreta y material.  Su reino, como dijo repetidamente, no es de este mundo, pero se vive en este mundo.  Él es el Pan de Vida; pero la vida humana normal, vivida aquí en la tierra, es una parte de esa vida eterna que vino a traer a la humanidad.  El ser humano necesita alimento espiritual; pero también necesita, e incluso principalmente, una prioridad temporal, el alimento material.  Esta es una parte integral de su mensaje. 

  

          El segundo aspecto es el de compartir.  Jesús pregunta a los Apóstoles qué comida tienen.  Ellos responden: "cinco panes y dos peces".  Les dice que compartan. Y había suficiente para todos.  Es legítimo pensar que el verdadero milagro que ocurrió aquel día fue que todos los que habían traído algo lo compartieron de corazón con sus vecinos, y hubo mucha más comida de la que se necesitaba. 

Traducido a un lenguaje moderno y en el contexto actual, puede decirse que los problemas de la pobreza y el hambre en el mundo son, en última instancia, problemas de justicia y distribución equitativa.  La Madre Tierra podría alimentar a varios miles de millones de personas más, si los que tienen decidieran compartir con los que no tienen.

Ante los agónicos problemas del hambre en el mundo (con un 60% de la población mundial desnutrida, cientos de millones de personas con hambre crónica y decenas de miles de personas que mueren de hambre cada día), nos sentimos fácilmente impotentes.  Jesús tiene una solución muy sencilla para estos problemas, que no requiere comisiones internacionales para estudiar la situación.  Simplemente dice: "¿Cuánto tenéis? -- compártela, y habrá suficiente para todos".  Y así sucedió.

Un gran doctor de la Iglesia, Juan Crisóstomo, expresó el vínculo entre la celebración litúrgica y la atención a los pobres de la manera más vívida: "Queréis honrar el Cuerpo de Cristo. No le desprecies cuando esté desnudo.  No lo honres aquí en la Iglesia con ropas de seda, mientras lo dejas fuera en el frío y desnudo...  Dios no necesita cálices de oro; quiere almas de oro.  Alimenta primero a los pobres, y con lo que quede decorarás el altar".

          Estas fuertes palabras se considerarían hoy subversivas, si no fueran pronunciadas por un Padre de la Iglesia.

          Al reunirnos aquí para recibir el Pan de Vida, pidamos al Señor que abra los corazones de todos los cristianos a las dimensiones de su responsabilidad, para que todos los pueblos, y cada hombre y mujer de todos los pueblos, sean acogidos en la Fiesta de las Naciones.

Armand Veilleux