4 de agosto de 2022 - Jueves de la 18ª semana del año par

Jeremías 31:31-34; Mateo 16:13-23

Homilía

           Pedro, después de ser testigo de las enseñanzas de Jesús y de varias curaciones realizadas por Él, proclama con facilidad en respuesta a la pregunta de Jesús sobre su identidad: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo."  Pero en cuanto Jesús quiere anunciar su pasión y muerte, Pedro no quiere oír: "¡Dios no lo quiera, Señor! No, ¡esto no te va a pasar!"  Probablemente Pedro esté pensando tanto en su propia seguridad como en la de Jesús.  Es agradable seguir a un Mesías que hace milagros.  Es menos agradable seguir a un profeta condenado a muerte.

           En el Evangelio que acabamos de escuchar, Jesús pregunta a sus discípulos: "Y vosotros, ¿qué decís?  ¿Quién soy yo para vosotros?  Más allá de la distancia en el tiempo y en el espacio, es a nosotros hoy a quien Jesús hace esta pregunta: "¿Quién soy yo para vosotros?

           Durante mucho tiempo, la pregunta "¿Quién es Jesús?" siguió siendo probablemente algo teórico para cada uno de nosotros... hasta el día en que, por razones propias de cada uno, nos vimos obligados a preguntarnos por el sentido último de nuestra propia existencia humana. 

El Verbo de Dios se hizo uno de nosotros.  Murió, pero el Padre lo resucitó de entre los muertos.  Este hombre en el que reside la plenitud de la Divinidad trasciende ahora el espacio y el tiempo en su humanidad.  Está presente en todo momento, en todo lugar, en cada uno de nosotros, y nos revela todas las posibilidades últimas de nuestra existencia humana. 

           Por eso la respuesta a la pregunta "¿Quién es Jesús?" se convierte en la respuesta a la otra pregunta: "¿Qué es un ser humano?", o más directamente: "¿Quién soy yo?" o "¿A qué estoy destinado en los planes de Dios?

           Al revelar quién es él, Jesús revela quiénes somos nosotros, o más bien lo que estamos llamados a ser.  La fe en nosotros mismos -la fe en el precio que tenemos a los ojos de Dios, sean cuales sean nuestros pecados- es inseparable de nuestra fe en Jesús.  Esta fe en nosotros mismos es, evidentemente, algo muy diferente de la mera "confianza en uno mismo", que a menudo nace de la falta de autoconocimiento.

           Por último, no debemos olvidar que Jesús se revela más plenamente a sus discípulos en el Evangelio, cuando anuncia su pasión y muerte.  Así nos revela las exigencias de la aventura humana. Una exigencia de desprendimiento, de muerte progresiva a todo lo que nos mantiene apegados a lo limitado, una exigencia de eliminación de todas las barreras que nos mantienen prisioneros, aunque sólo sea a una forma de pensar o incluso a una determinada imagen de Dios.

Armand VEILLEUX