17 de marzo de 2023 - Viernes de la tercera semana de Cuaresma

Oseas 14:2-10; Marcos 12:28b-34

H o m e l i a

          Escuchemos con atención la respuesta de Jesús a la pregunta sobre el primero de todos los mandamientos. Responde: "Esta es la primera: Escucha, Israel, que el Señor nuestro Dios es el único Señor...". Lo que Jesús está diciendo es que el primer y más grande mandamiento es escuchar al Señor.  Que, como recordé en la homilía de ayer, es también la primera palabra de la Regla de San Benito.  Escuchar.

          Escuchar es lo mismo que obedecer. Y la obediencia es la forma más perfecta de amor, ya que es un amor que no espera nada a cambio. Consiste en amar por amar. (Esta es la enseñanza del segundo capítulo de la Carta a los Filipenses: "El que era en forma de Dios... se hizo obediente"). Y Jesús continúa: "... el Señor nuestro Dios es el único Señor.  Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. "

          Estamos llamados a amar al Señor, no para recibir algo de Él, sino simplemente porque Él nos amó primero.  Y nadie en la Biblia habló con más ternura del amor de Dios por su pueblo que el profeta Oseas.  La primera lectura de esta Eucaristía, que es precisamente del profeta Oseas, es una llamada a la conversión basada en la conciencia del amor misericordioso de Dios por nosotros. También aquí tenemos un paralelismo con los primeros versículos de la Regla de San Benito, que habla de un retorno por la vía de la obediencia al Dios del que nos habíamos alejado por la vía de la desobediencia.

          Al que vuelve a él, el Señor, a través de la voz de Oseas, le promete no sólo misericordia, sino plenitud de vida y prosperidad.  El Señor será para él como el rocío, florecerá como el lirio, y extenderá sus raíces como los árboles del Líbano... habitará bajo su sombra.  No son recompensas por nuestro amor, sino puros regalos de nuestro Padre.

          Al final de este hermoso texto de Oseas, hay algo tan hermoso como sorprendente sobre los caminos del Señor.  Las sendas del Señor -dice Oseas- son rectas; los justos avanzan por ellas, pero los pecadores tropiezan. Así que los mismos caminos son puestos ante todos nosotros por el Señor. De nosotros depende que caminemos rectos o que tropecemos en ellos.

Pidamos al Señor la gracia de andar siempre rectos en sus caminos.