Homilía para la Vigilia Pascual 2023

El amor de Dios en el corazón de la historia

          La larga serie de lecturas que acabamos de escuchar nos ha ofrecido un rápido cuadro de toda la Historia de la Salvación. En el origen y en el corazón de esta historia, así como en su conclusión, está el amor gratuito de Dios. Por amor creó el universo, por amor acompañó al hombre en su historia. Por amor se encarnó, murió y resucitó.

          Desgraciadamente, la humanidad, desde hace varios siglos, ha desarrollado una visión antropocéntrica de la historia, una visión que sitúa al hombre en el centro de la historia y lo considera dueño y señor de todo el cosmos. Esta visión es común a cierta forma de teología cristiana y a cierto pensamiento laico que, siendo postcristiano, hunde sus raíces -a veces sin saberlo- en este planteamiento cristiano de cierta época. Una teología de la historia de la salvación situaba al hombre -y más concretamente al hombre pecador- en el centro de esta historia. Tanto es así que los teólogos escolásticos se plantearon la pregunta académica: "Si el hombre no hubiera pecado, ¿se habría encarnado Dios?

          Esta visión de la humanidad condujo a la explotación de la naturaleza, a la conquista de nuevas tierras y, por tanto, a la explotación de otros pueblos. Ha llevado a la explotación de la tierra, del agua, del viento, de todos los elementos que salen de las entrañas de la madre tierra, y a la modificación de estos elementos. Y los gigantescos problemas ecológicos de hoy en día son el resultado final de la ruptura de la armonía entre las personas y los pueblos que ha resultado de este enfoque antropocéntrico.

          La gran visión que hemos visto en la larga lista de lecturas que acabamos de escuchar es muy diferente. Lo esencial es el amor de Dios.  El autor del Génesis, en su gran descripción de la creación, que se hace por etapas, cada una descrita como un día, pero un día que puede haber durado millones de años. Y al final de cada etapa Dios vio que lo que había creado era bueno. Se trata esencialmente de un proceso de diferenciación: la luz se separa de las tinieblas, el agua de la tierra, el hombre de la mujer. De la tierra y el agua nace una variedad de plantas y seres vivos.  Toda esta variedad y diversidad se considera una gran riqueza.

          El hombre es sólo una de estas criaturas, que aparece mucho después que todas las demás; pero ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que está dotado de conocimiento y conciencia.  Por tanto, puede vivir conscientemente la relación de amor que Dios tiene con todo el cosmos. Las lecturas siguientes son la historia de la relación de amor entre él y su creador. El hombre no siempre estará a la altura de esta relación, pero lo que está en el centro de esta historia no es su pecado, sino el amor fiel de Dios.

          Abraham ve esta relación como una alianza y una promesa. Los profetas la describen como la relación de amor entre esposa y esposo y aseguran al hombre que, incluso cuando es infiel, Dios permanece fiel. Y a través de toda esta relación, a veces accidentada, Dios comunica su Sabiduría al hombre.

          La encarnación de Dios es el resultado "normal" de esta relación. Dios, al elegir nacer de una mujer, crecer, morir y llevar a su eternidad la humanidad que ha asumido, muestra a qué está destinado el ser humano en su plan de amor.

          Por último, el ser humano está en el centro de esta historia, pero no como alguien a quien se le ha dado poder sobre toda la creación, ni siquiera como aquel que condicionaría toda la historia movilizando medios extremos para salvarlo de la situación desastrosa en la que se ha colocado; sino más bien como aquel en quien el amor de Dios por todas sus criaturas se manifiesta de manera particularmente sorprendente.      

          La fe en el ser humano -que es muy distinta del enfoque antropocéntrico del universo que mencioné al principio- no es posible sin la fe en el amor de Dios que da sentido a la existencia humana.  Y este sentido de la existencia humana se revela en todo su esplendor en la resurrección del Hijo del Hombre.

Armand VEILLEUX