10 de mayo de 2023 - Miércoles de la 5ª semana de Pascua

Hechos 15:1-6; Juan 15:1-8

Homilía

           Después de leer el capítulo 14 de San Juan casi en su totalidad, hoy comenzamos el capítulo 15 y encontramos en plena evidencia el tema del "permanecer" mencionado tantas veces en el capítulo anterior.  "Permaneced en mí, como yo en vosotros... El que permanece en mí, y yo en él, ése da mucho fruto". 

           A pesar de que el cristianismo es una religión de amor y comunión con Jesús, el Hijo de Dios, siempre está al acecho la tentación de convertirla en una religión de mandamientos, obligaciones y prohibiciones.  Esta tentación es tan antigua como la Iglesia.  Pablo, que no sólo era judío sino también fariseo, fue enviado por Jesús para llevar la Buena Nueva a los gentiles y éstos acogieron su mensaje en gran número.  Los cristianos de origen judío, y especialmente los fariseos, querían exigir a los conversos del paganismo que adoptaran las prácticas judías, especialmente la circuncisión, cuando se hicieran cristianos.  San Pablo se opuso rotundamente a esto, y por eso provocó que los Apóstoles examinaran esta cuestión cuando llegó a Jerusalén.

           Lo propio del cristianismo no es esta o aquella práctica religiosa; es la fe en Cristo: una relación personal con Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.  Esta fe debe expresarse a través de la vida, y como se comparte con muchos otros, debe expresarse en gestos religiosos.  Muchos de los gestos religiosos con los que expresamos nuestra fe en Cristo provienen del judaísmo.  No hay razón para que esta misma fe no pueda expresarse también en gestos religiosos de otras tradiciones religiosas de la humanidad.  Lo importante es evitar el fundamentalismo, que consiste precisamente en considerar como esencial lo que sólo es una expresión relativa de lo esencial.  Fue contra este fundamentalismo que Pablo se pronunció y dedicó todos sus esfuerzos durante la mayor parte de su vida a defender la libertad de los hijos de Dios.

          

           Lo importante es que demos frutos, frutos de virtud y santidad.  Y, como nos enseña el propio Jesús, sólo daremos fruto si permanecemos en Él y si su Palabra permanece en nosotros.  Somos como sarmientos de una vid, y la vid es Él, de modo que si damos fruto, será suyo antes que nuestro. 

           En esta Eucaristía démosle gracias por este gran privilegio.