10 de mayo de 2021 - Lunes, 6ª semana de Pascua

Hechos 16:11-15; Juan 15:26-16:4

Homilía

A lo largo de esta semana, el leccionario lee parte del largo discurso de Jesús a sus discípulos durante la Última Cena. Les promete el envío del Espíritu Santo, les dice lo que tendrán que soportar y les da sus recomendaciones. Al mismo tiempo, la primera lectura de cada día, de los Hechos de los Apóstoles, nos muestra cómo Pablo y su compañero Lucas llevaron a cabo su misión en varias ciudades gentiles.

 

Hoy Jesús promete a sus discípulos que les enviará el Espíritu del Padre. Este Espíritu, al que llama "parakletos", que puede traducirse en latín como "consolator" además de "auxiliator", es sobre todo el "Espíritu de Verdad". Es muy importante prestar atención a este nombre del Espíritu de Dios, porque con la Pasión de Cristo llegamos al clímax de la lucha entre el Espíritu de Verdad y el Espíritu de falsedad. Con la muerte de Jesús, el espíritu de la mentira parece salir victorioso; pero será totalmente derrotado por la Resurrección de Jesús. 

Esta lucha continúa hasta hoy y continuará hasta el fin del mundo, porque es importante que el espíritu de la mentira, el espíritu del mal, que fue derrotado por Cristo, sea también derrotado en cada una de nuestras vidas y en cada uno de nuestros corazones.

Si no podemos entender el misterio de Dios, es porque Él es una Luz demasiado fuerte para nuestros ojos mortales. Pero si no podemos entender el misterio del mal, es simplemente porque es la ausencia total de luz, una oscuridad absoluta.

Con nuestra imaginación humana podemos imaginar todo tipo de cosas sobre el "príncipe del mal"; pero la única verdad revelada sobre él es que Cristo lo ha vencido, y por tanto sería ridículo temerle.

En este tiempo de preparación a Pentecostés, abramos nuestro corazón a la luz del Espíritu Santo; o mejor, pidamos a Dios que abra él mismo nuestro corazón, como el de Lidia de la ciudad de Filipos, de la que nos habla la primera lectura.  Incluso antes de escuchar la predicación de Pablo, ella ya adoraba a Dios; así que abrió su corazón a las palabras de Pablo.

Armand Veilleux