20 de mayo de 2021, jueves de la 7ª semana de Pascua

Hechos 22:30; 23:6-11; Juan 17:20-26

Homilía

          La comunicación es esencial para el ser humano, del que la dimensión social es un elemento constitutivo. En nuestros días, la comunicación no sólo conserva toda la importancia que siempre ha tenido en la vida humana, sino que ha sido recuperada de alguna manera por quienes ejercen o quieren ejercer el poder.  No hace muchos años, el poder en la sociedad estaba en manos de quienes controlaban el dinero o el "capital".  Hoy está en manos de quienes controlan la comunicación.  Por eso es importante reflexionar sobre el significado de la comunicación en el plan de Dios.  ¿No envió Jesús a sus discípulos a comunicar su mensaje a todas las naciones?  ¿Qué significa esta comunicación?  Los textos bíblicos de la misa de hoy arrojan algo de luz al respecto.

 

          En la primera lectura nos encontramos con Pablo casi en el ocaso de su vida.  En el seno de Israel, había recibido una excelente educación de los mejores maestros. Como ciudadano romano, también conocía la cultura griega. Después de su conversión, intentó las técnicas de la sabiduría humana para "vender" el mensaje de Cristo.  En Atenas, se mostró complaciente: "Atenienses, sois los más religiosos de los hombres... He visto en vuestra ciudad una estatua dedicada al Dios desconocido" y, citando a los poetas paganos, dijo a la multitud: "Este Dios desconocido, he venido a anunciároslo".  Pero esta técnica no funcionó en absoluto, y Pablo volvió a la otra técnica, la de la "locura de la cruz".  En el pasaje de los Hechos que acabamos de leer, Pablo vuelve a utilizar un método humano, jugando hábilmente con las tensiones entre fariseos y saduceos; pero sabe bien que ya ha entrado en la locura de la cruz que lo verá entregado a los Romanos y llevado a Roma, donde finalmente será condenado a muerte.

  

De la experiencia de Pablo debemos aprender que el mensaje de Cristo no es un producto que se pueda "vender".  Si así fuera, habría que adaptar el Evangelio a las leyes del mercado, es decir, habría que remodelar constantemente el mensaje de Cristo para que se correspondiera con lo que la gente espera y desea, o crear grandes fenómenos colectivos de aceptación del mensaje como se hace en las convenciones electorales de los partidos políticos.  Esta no es la manera de tratar la Palabra de Dios, ya sea que la prediquemos verbalmente o a través de nuestras vidas, según nuestras respectivas vocaciones. 

  

          El Evangelio de hoy es el más bello ejemplo de la comunicación de Jesús: su comunicación con su Padre, en primer lugar, en su gran oración en la Última Cena, luego compartida con sus discípulos durante esa misma comida.  Estas "comunicaciones" de Jesús avanzan en torno a dos temas: el del amor y el de la unidad.  Estos dos temas están conectados entre sí y son inseparables.

          La vocación última de toda la humanidad es volver a ser una en Dios.  La última vocación de los seguidores de Jesús es ser "uno" en el amor, para que el mundo vea su mensaje y crea.  Y todos sabemos que no hay amor y unidad sin comunicación y sin compartir.  Este es el propósito de la oración de Jesús por la unidad de sus discípulos.  Dicha unidad no es una simple conformidad con las mismas estructuras; es, ante todo, un compartir y una reciprocidad: " vosotros en mí y yo en vosotros ".

          Esta es, sin duda, una forma muy precisa de discernir las formas de comunicación constructivas de las destructivas.  Los primeros engendran amor y unidad y provienen de Dios.  Lo que crea división y perpetúa el odio proviene del poder de las tinieblas.

          Todo esto es cierto en nuestra comunicación diaria con los demás.  Pero también lo es del intercambio de comunicaciones a nivel mundial.  Pocos tenemos la oportunidad de utilizar la comunicación de los medios de comunicación de masas para moldear la opinión pública, o ganar unas elecciones.  Pero todos estamos expuestos a ella.  Y es nuestra responsabilidad determinar su efecto en nosotros, exponiéndonos a ellos sabiamente.  El Evangelio de esta mañana nos da un criterio infalible para este discernimiento: todo lo que promueve la unidad, la cooperación, la comprensión y el amor entre individuos, grupos y naciones, viene de Dios.  Todo lo que crea o mantiene las divisiones, la desconfianza, el miedo, la confrontación, proviene del Poder de las Tinieblas.

          Al igual que debemos elegir constantemente entre Dios y las riquezas, también debemos elegir constantemente entre la comunicación como forma de amor y la comunicación como elemento de dominación.

Armand VEILLEUX