22 de junio de 2021 Martes, 12ª semana "B"

Gn 13, 2.5-18; Mt 7, 6.12-14

          Homilía

 

Continuamos la lectura del Sermón de la Montaña, iniciada hace una semana.  Esta mañana tenemos tres enseñanzas aisladas de ese Sermón.

Realmente no sé qué hacer con la primera, relativa a las perlas que no hay que echar a los cerdos.  Nos falta el contexto en el que se pronunció ese dicho, y que nos permitiría entender qué quiso decir exactamente Jesús.

El segundo dicho, sin embargo, es lo que se ha conocido como la Regla de Oro:  Trata a los demás como quieres que te traten a ti. El significado está claro por lo que añade Jesús: esto, dice, resume la ley y los profetas.  Es, pues, el mandamiento del amor.

Todos deseamos ser amados, incluso cuando actuamos de manera que invitamos a los demás a hacer lo contrario, e incluso cuando fingimos que no necesitamos o no queremos amor.  Todos tenemos una historia de amor bastante compleja, desde nuestra primera relación con nuestra madre cuando éramos un pequeño bebé hasta nuestro momento actual, sea cual sea nuestra edad.  Para algunos ha sido en su conjunto una historia bastante feliz; para otros ha sido a veces dolorosa.  Para todos, ha sido una historia con sus altibajos.  Amar es confiar, es hacerse vulnerable.  El amor implica el deseo de ser amado a su vez, y ese deseo no es más que eso: sólo un deseo, no un derecho.  Y ese deseo no siempre se satisface y entonces viene el dolor.  Y cuando nos han herido tenemos la tentación de no exponernos más al daño y no amar o, al menos, fingir que no necesitamos ser amados.

La única manera de salir de ese círculo -yo diría: de ese círculo infernal- es contemplar el amor de Dios en nuestra vida.  Dios ha corrido un riesgo terrible al amarnos.  Muchas veces nuestra respuesta ha sido pobre; muchas veces le hemos olvidado, muchas veces le hemos herido.  Sin embargo, nunca ha dejado de amarnos con un amor tierno, siempre perdonando, incluso cuando tenemos un comportamiento imposible con respecto a él.  Nunca finge que no quiere nuestro amor.  Nunca lo fuerza.  Siempre lo recibe. 

En el fondo, nos gustaría que los demás nos trataran como nos trata Dios.  Y lo que Jesús nos dice a cada uno de nosotros en este breve texto es: Haz lo mismo.  Tratad a cada uno como yo os trato a vosotros.