23 de junio de 2021 - miércoles de la 12ª semana impar

Gn 15,1-12.17-18a; 23,1-3; Mt 7,15-20

Homilía

En esta breve enseñanza a sus discípulos, Jesús les advierte contra los falsos profetas y las enseñanzas erróneas.  Para distinguir a los buenos de los falsos, les da una regla fácil: "Por sus frutos los conoceréis".

 

Hoy en día, como en la época de Jesús, como en cada período de la historia, estamos expuestos a todo tipo de enseñanzas y teorías, a diversas interpretaciones del Evangelio, de la vida cristiana o incluso de la vida monástica.  Algunas de estas enseñanzas son claramente erróneas y así lo han declarado las autoridades competentes. No hay mucho problema en reconocerlas como lo que son.  Sin embargo, hay muchos casos en los que esto no es tan evidente.  ¿Cómo podemos saber si una nueva teoría o interpretación, que parece atractiva, es buena o no?  Es entonces cuando se aplica la regla de interpretación dada por Jesús. "Por sus frutos los conoceréis.  

Sin embargo, queda por aclarar de qué fruto y de qué persona habla Jesús.  Podríamos pensar fácilmente que es el fruto en la vida de la persona que enseña o escribe.  Así, es fácil escuchar que si la persona que escribió tal o cual cosa o enseñó tal o cual teoría no vive una vida totalmente edificante, su enseñanza no puede ser verdadera. Eso puede ser cierto, pero no creo que sea eso a lo que se refiere Jesús; sobre todo porque en la mayoría de los casos no estamos en condiciones de juzgar la calidad de la vida de la persona en cuestión. 

Creo que Jesús se refiere a los frutos de nuestra propia vida. Si me ha impresionado o influido una persona, un libro, un artículo o una conferencia, debo preguntarme primero cuál ha sido el fruto en mi propia vida.  ¿Aportó a mi vida paz, comunión con los demás, comprensión y compasión?  ¿O me ha traído división, infelicidad, juicio y condena de los demás? - Esta es una prueba que no miente.

          Y luego, en la primera lectura que acabamos de escuchar, la Palabra de Dios se dirige a Abraham, prometiéndole descendencia y una tierra para sus descendientes.  Si somos fieles en la meditación diaria de la Palabra de Dios, si dejamos que esta Palabra penetre, moldee nuestros corazones y forme nuestras mentes, entonces poseeremos un sentido espiritual que nos dará un discernimiento iluminado.

          Y no olvidemos que la Palabra de Dios que se nos da a escuchar cada día es también la misma Palabra encarnada, que se nos da cada día en la Eucaristía como alimento para la vida. Demos gracias a Dios por este don sin medida.       

Armand Veilleux