Martes, 27 de julio de 2021 -- Martes de la 17ª semana

Éxodo 33:7-11. 34:5-9. 28; Mateo 13:35-43

Homilía

           Durante cuarenta años los hijos de Israel vivieron en tiendas siguiendo los movimientos de la nube, plegando sus tiendas y partiendo cuando la nube se movía y levantando sus tiendas cuando la nube se detenía.  En cada etapa, además de las tiendas de cada familia, Moisés levantó una tienda especial fuera del campamento, llamada "Tienda de la Reunión".  Esta tienda se utilizaba para cualquier persona que quisiera consultar a Yahvé.  La utilizó especialmente Moisés, que acudiaba al encuentro de Dios en nombre de todo el pueblo.  Y el Libro del Éxodo tiene esta hermosa expresión: "Yahvé habló con Moisés cara a cara, como un hombre habla con su amigo". 

 

           Moisés es, por tanto, el modelo de todos los contemplativos.  ¿No es nuestra más profunda aspiración poder conversar con el Señor cara a cara como lo hacen dos amigos?  Así que saquemos algunas lecciones de esta historia para nuestra propia vida contemplativa.  En primer lugar, para hablar con Dios cara a cara, debemos salir del campo, dejar por un momento nuestras ocupaciones y preocupaciones habituales.  Debemos ir a la "Tienda del Encuentro", que puede ser un lugar físico concreto, como la iglesia del monasterio, o el secreto de nuestro corazón, donde Dios también quiere encontrarse con nosotros.  

           Observemos la expresión utilizada en el Libro del Éxodo.  No dice que "Moisés habló con Dios cara a cara...", sino que "Dios habló con Moisés cara a cara...".  Cuando entramos en la "Tienda del Encuentro" nos preocupamos fácilmente por lo que queremos decir a Dios, cuando es mucho más importante escuchar lo que Dios tiene que decirnos.

           Además, nadie entra en esta Tienda de la Reunión sólo para sí mismo, sino para todo el pueblo.  Por eso, cada vez que Moisés entraba en la Tienda, el pueblo se inclinaba a la entrada de su propia tienda, uniéndose al misterio de la Reunión que tenía lugar en la Tienda. 

           Algunas personas en la Iglesia y en el Mundo tienen la misión personal de mediar e interceder activamente entre Dios y el Pueblo, como Moisés.  En cuanto a nosotros, monjas y monjes, nuestra vocación es más bien como la del siervo de Moisés, Josué, hijo de Nun, que nunca salió del interior de la Tienda.  Agradezcamos al Señor esta vocación; pero, al mismo tiempo, dejémonos interpelar por la enseñanza de la Parábola del Sembrador, explicada por Jesús a sus discípulos en el Evangelio de esta mañana: El mundo es un campo donde el Hijo del Hombre siembra la buena semilla, pero donde el Enemigo también busca sembrar la cizaña.  Y este mundo no es sólo el de los hombres y mujeres: este mundo está en cada uno de nuestros corazones.  Por eso, nuestra vocación de contemplativos nos exige estar especialmente atentos para que nuestros corazones, que en la Nueva Alianza se han convertido en el lugar del Encuentro o en la "Tienda del Encuentro", no estén nunca abiertos a la actividad del Maligno, que querría sembrar allí su cizaña.  Por eso los Padres del monacato siempre han atribuido tanta importancia a la virtud de la vigilancia.