21 de octubre de 2021 - Jueves de la 29ª semana (años impares)

Romanos 6:19-23; Lucas 12:49-53

Homilía

            El amor al prójimo es el elemento central del mensaje de Jesús.  Y cuando pensamos en el amor o la caridad, pensamos en la unidad.  Por eso, no deja de sorprendernos, e incluso de escandalizarnos, que Jesús nos diga que no ha venido a traer la paz a la tierra, sino el fuego y la división.   

            Cuando el Verbo de Dios se hizo hombre, vino a ser un puente no sólo entre Dios y la humanidad, sino también entre las personas.  En la tradición del Antiguo Testamento, para Israel, como para todos los demás pueblos de la época, los lazos familiares y tribales eran extremadamente importantes.  Probablemente era una condición de supervivencia.  Una persona le debía todo a su familia y estos lazos se extendían a toda una serie de círculos concéntricos de la familia extendida y, eventualmente, al clan, la tribu, la nación.  En una civilización que estaba casi continuamente en guerra, una persona tenía que amar a los suyos y odiar a todos los demás.  Toda la capacidad de comunión estaba reservada a la familia.

            Jesús quería acabar con esta división.  Había venido a salvar a todo el mundo; amaba a todo el mundo, y quería extender su amor más allá de su familia y sus seres queridos.  Nos invita a hacer lo mismo.  Los vínculos de la familia, y también los de la nación, son importantes; sin embargo, están subordinados a algo más importante: a saber, el amor de Dios y su llamada al amor universal, y la necesidad de establecer el reino de Dios, que es un reino de amor.

            Ante las exigencias del mensaje evangélico y frente a las situaciones de injusticia y opresión, cada persona debe asumir sus propias responsabilidades.  Si algunos de nuestros amigos nos rechazan porque hemos optado por el amor universal en fidelidad al Evangelio, debemos aceptar ese rechazo, en comunión con Cristo, que fue rechazado por los suyos por la misma razón.  Es de esta división -no deseada pero aceptada como consecuencia de una elección- de la que habla Jesús.  A esto se refiere cuando dice que ha venido a traer fuego a la tierra, un fuego que purifica y da origen a una nueva vida.  También es un fuego de discernimiento y juicio.  Dejémonos purificar por este fuego.

            El amor cristiano no pretende ni quiere eliminar las diferencias entre las personas y los grupos, sino que quiere tender puentes entre las culturas, las religiones, las civilizaciones y los pueblos.  La originalidad del Evangelio consiste en el mandato de amar sin límites, de amar a todos los seres humanos, tal como son, en su misma diversidad.

Armand VEILLEUX