9 de diciembre de 2022 - Viernes de la 2ª semana de Adviento

Is 48,17-19; Mt 11,16-19

Homilía

          En los primeros capítulos de su Evangelio, San Lucas establece un paralelismo entre Jesús y su precursor Juan. Así, el relato del anuncio a Zacarías del nacimiento de Juan el Bautista es bastante paralelo al relato que leemos del anuncio a María del nacimiento de Jesús, que leemos en la fiesta de la Inmaculada Concepción. En el pasaje del Evangelio de Mateo que acabamos de leer, el propio Jesús establece este paralelismo entre él y Juan. Juan el Bautista ocupa, pues, un lugar muy especial en el Evangelio, y también ocupa un lugar muy especial en la liturgia de Adviento. 

          Juan era muy diferente a Jesús en su forma de vida y muy diferente en su enseñanza.  Y sin embargo, los que escucharon el mensaje de Juan fueron los mismos que escucharon el de Jesús; y los que rechazaron la sabiduría de Juan fueron también los que rechazaron la de Jesús. Así que el problema no estaba en el mensajero o en el mensaje, sino en los oyentes. 

          Lo mismo ocurre con nosotros, cuando somos sordos al mensaje de Dios.  Podemos culpar al mensaje por no ajustarse a nuestro carácter o cultura.  Podemos culpar a los mensajeros que nos traen el mensaje, al comprobar que no saben cómo transmitírnoslo de forma inteligible.  En realidad, cuando rechazamos el mensaje del Evangelio o no le prestamos suficiente atención, la razón es siempre que nuestro corazón no está abierto.

          Por eso, lo primero que San Benito pide al monje o a la monja, al principio del Prólogo de su Regla, es que escuche, que preste oído, el oído de nuestro corazón, dice.

          No seamos, pues, como los niños de los que habla Jesús en el Evangelio de hoy, que no escuchan, no obedecen, se niegan a bailar cuando se toca la flauta y se niegan a lamentarse cuando se cantan canciones de duelo. No seamos de aquellos a los que el Señor tendrá que decir con tristeza: "Ah, si hubieras prestado atención a mis mandamientos, tu paz sería como un río".

          En este tiempo de Adviento, estemos atentos a los mandatos del Señor para que nuestra paz fluya como un río largo y tranquilo.

Armand VEILLEUX