2 de abril de 2023 - Domingo de Ramos y de la Pasión

Narración de la Pasión según Mateo

Homilía

          Hay un tiempo para escuchar y otro para hablar.  Jesús nos da ejemplo de ambos.  Ya en la primera lectura, el profeta Isaías, prefigurando al Mesías, dijo: La Palabra me despierta cada mañana... para que escuche como quien se deja instruir.

          La narración de la Pasión según Mateo va precedida de una introducción, compuesta por tres breves diálogos.  Primero, el diálogo de Judas con los sumos sacerdotes, a los que dice: "¿Qué me daréis si os lo entrego?"  Después, el diálogo entre los discípulos y Jesús: "¿Dónde quieres que nos preparemos para la Pascua?", y finalmente el diálogo que Jesús pide a sus discípulos que tengan con uno de sus amigos: "Quiero celebrar la Pascua contigo y con mis discípulos". Este amigo ha accedido a prestarles el aposento alto para la celebración de la Última Cena y los sumos sacerdotes han entendido muy bien el mensaje de Judas.

          En cada uno de los momentos que siguen: la Última Cena, la agonía en Getsemaní, el interrogatorio por el sumo sacerdote y luego por Pilatos, así como en el Calvario, hay una sorprendente alternancia de silencio y palabras fuertes. ¡No hay palabras innecesarias en estos momentos de gran intensidad! --- Hay preguntas que Jesús no se digna responder.  Prefiere devolver a sus interlocutores a su propia verdad. Así, cuando, al comienzo de la comida, afirma que uno de los doce le traicionará y Judas pregunta hipócritamente: "¿Seré yo?” Al Sumo Sacerdote que le pregunta, pero sólo para tener un motivo para condenarle: "¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios?", responde de la misma manera: "Tú lo dices"; y a Pilatos que le pregunta si es el Rey de los Judíos, le da de nuevo la misma respuesta enigmática: "Tú lo dices !."

          En el huerto de Getsemaní se confía a sus tres discípulos privilegiados y a su Padre, en frases de una brevedad y un peso inigualables.  A sus discípulos les confía: "Mi alma está tan triste que se muere.  Quedaos aquí y velad conmigo"; y a su Padre: "Si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero hágase tu voluntad".

          Y en el Calvario, en este relato de Mateo, sólo hay una palabra de Jesús: "Padre mío, Padre mío, ¿por qué me has abandonado?” Y ese grito ha resonado durante más de dos mil años.

          Hoy oímos ese grito en el clamor de todos los que sufren, de todas las víctimas de las guerras, de la injusticia, de la opresión o de enfermedades como la pandemia del COVID. También lo oímos en todas las demás formas de dolor y sufrimiento, incluido el nuestro.  Lo oímos. -- ¿Pero la escuchamos? ¿Es la Palabra que nos despierta cada mañana para enseñarnos a "consolar a los que no pueden soportarlo"?

          Si examinamos nuestro corazón y nuestra vida, nos daremos cuenta de que somos un poco, según las circunstancias, cada uno de los personajes de esta historia.  Tal vez somos a veces ese pobre tipo que ofrece a los demás un trato un poco sulfuroso, sólo para darse cuenta demasiado tarde de que ha tenido efectos más graves de lo que pensábamos.  Otras veces, somos esos doctores de la ley y ese sumo sacerdote, firmemente establecidos en nuestras certezas - certezas que debemos defender, sean cuales sean las consecuencias para los demás.  Otras veces somos el pobre Pedro, voluntarioso, nada malvado, pero débil, traicionando... por miedo. Otras veces somos el centurión que hace el trabajo sucio y acaba diciendo: "Éste era realmente el Hijo de Dios".  Otras veces, sin duda, también somos Jesús. -- ¿Pero cuántas veces?

  

Armand VEILLEUX