22 de abril de 2024 -- Lunes de la 4ª semana de Pascua

Hch 11,1-18; Jn 10,1-10

Homilía

              Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles, que leemos como primera lectura de la Misa todos los días desde la fiesta de Pascua, nos muestran lo más esencial de la Iglesia. Ya existe desde Pentecostés, aunque, evidentemente, todavía no se haya dotado de las estructuras que necesitará más tarde para cumplir su misión. No se trata todavía de un sacerdocio ordenado, que aparecerá más tarde, ni de una organización en diócesis con obispos a la cabeza, ni de una estructura centralizada, ni de concilios como guardianes de la ortodoxia... Todo esto vendrá más tarde y será evidentemente importante.

              Una mirada a esta Iglesia naciente revela su esencia misma: el anuncio de la buena nueva de la salvación traída por Cristo. Este anuncio fue realizado espontáneamente por todos aquellos que Jesús había enviado explícitamente, pero también por todos aquellos que habían recibido este mensaje de los primeros testigos. Primero fueron las mujeres que acudieron al sepulcro en la mañana del tercer día. Después, los que tuvieron una experiencia personal de Cristo resucitado, como los discípulos de Emaús y Pablo de Tarso.

              Luego estaban los primeros diáconos, elegidos para servir las mesas en las asambleas litúrgicas, pero que salieron a dar testimonio de su nueva fe incluso en las tierras de los paganos. Bernabé fue enviado a ver qué pasaba en Antioquía, y fue a buscar a Pablo a Tarso. Fue el joven Marcos quien se unió a ellos, luego los abandonó, pero que más tarde escribiría la primera colección de relatos sobre Cristo, llamada los Evangelios, y que también sería el primer obispo de una de las Iglesias locales más vibrantes de los primeros siglos, la de Alejandría. Fueron multitudes de monjes los que, habiendo recibido la Palabra en esta Iglesia de Alejandría, la llevaron consigo a los desiertos de Egipto.

              A partir de entonces, muchos pagaron con su sangre su fidelidad al dar testimonio de lo que habían visto y oído. Posteriormente, la Iglesia desarrolló una estructura jerárquica y clerical que le permitió llevar a cabo su misión a lo largo de los siglos siguientes y en todo el universo. Pero si el mensaje de Jesús de Nazaret ha llegado hasta nosotros es, ante todo, a través de la multitud de creyentes que, a lo largo de siglos y milenios, han compartido entre ellos y transmitido a las generaciones posteriores la experiencia recibida y vivida.

              A todos nos corresponde continuar esta misión. Habiendo sido todos llamados, en el momento de nuestro bautismo, todos hemos sido "enviados". Así pues, Jesús se refiere a todos nosotros cuando dice: "El que recibe al que yo envío, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me ha enviado".

Armand Veilleux