Homilía del sábado 17 de diciembre de 2022
Gen 49:2-10; Mt 1:1-17
Homilía
A partir de hoy cantamos las famosas antífonas "O", que nos introducen de forma lírica en la alegría del tiempo de Navidad. Los Evangelios de los últimos cinco días antes de la Navidad estarán tomados del primer capítulo de Lucas, pero los de hoy y mañana están tomados del primer capítulo de Mateo.
La traducción del leccionario litúrgico comienza, de forma elegante, con las palabras: "Esta es la tabla de los orígenes de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham". Esta elegante traducción queda muy lejos de la fuerza del texto griego original que, si lo traducimos literalmente, dice: "El libro del Génesis (o del nacimiento) de Jesús, hijo de David, hijo de Abraham".
El objetivo de Mateo no es hacer un trabajo genealógico preciso. Se trata más bien de mostrar cómo el nacimiento de Jesús se inscribe en la historia de la humanidad y, en particular, en la del pueblo hebreo. Lo que celebramos en Navidad no es el aniversario del nacimiento de Jesús, sino el hecho de que Dios se encarnó, que se hizo hombre en un momento preciso de la historia humana. Se encarnó en un pueblo y una cultura concretos. Este pueblo era consciente de que había sido elegido por Dios. Obviamente, no estaban solo en su elección. Todo ser humano fue elegido por Dios antes de la creación del mundo y tiene la vocación de convertirse en hijo/a adoptivo/a de Dios. Asimismo, todas las personas son elegidas, amadas por Dios. La característica del pueblo judío, en la antigüedad, es haber tenido una conciencia muy viva de esta elección, de este amor personal de Dios.
Mateo, en el texto que acabamos de leer, divide la historia del pueblo de Israel en tres grandes períodos. Desde el punto de vista histórico, esta disposición es algo artificial; el objetivo de Mateo no es escribir la historia, sino transmitir un mensaje espiritual. Por lo tanto, nos ofrece una interpretación espiritual de la historia de Israel. El primer período va desde la vocación de Abraham hasta el reinado de David: un gran período en el que el pueblo judío experimentó grandes intervenciones de Dios en su historia, en particular la liberación de Egipto, el largo período de formación en el desierto y luego el asentamiento en la tierra prometida. El segundo período es lo que podría llamarse el desarrollo humano de Israel, bajo los sucesivos reyes, que lleva al enriquecimiento de algunos, a la opresión de los pobres por los ricos y, finalmente, al exilio como castigo por este alejamiento de Dios. El tercer periodo es más humilde: el regreso del exilio, el redescubrimiento de la ley, el desarrollo de una espiritualidad de pobreza espiritual, la de los anawim. Es entonces cuando puede nacer el Mesías.
Estos tres periodos se corresponden con los de cualquier viaje espiritual, que cada uno experimenta a su manera. Hay un periodo en el que, habiendo alcanzado una cierta madurez humana y espiritual, percibimos la llamada de Dios sobre nosotros y deseamos responder. Entonces Dios hace cosas maravillosas en nosotros. Entonces queremos tomar las riendas, queremos dirigir nuestro propio camino, determinar nuestra propia creencia, imponernos si es necesario aplastando a los demás a nuestro alrededor. Entonces, si nos abrimos a la gracia de la conversión, puede establecerse una tercera dimensión en nuestra vida (de hecho, es más una dimensión que un período): nos hacemos más conscientes de nuestras limitaciones, de nuestra pobreza y de nuestra dependencia de Dios. Entonces puede nacer en nosotros, cada día de una manera nueva.