18 de junio de 2024 - Martes de la undécima semana del tiempo ordinario
Homilía
Este Evangelio es una continuación del de ayer, en el que Jesús nos llama a poner la otra mejilla cuando alguien nos golpea. Luego nos invita a no dividir a nuestros semejantes en categorías, haciendo amigos de unos y enemigos de otros.
A todos nos parece normal tratar bien a los de nuestra propia cultura y país, y mantener a distancia a los de otra raza o religión. ¿Es la distinción entre naciones y países algo esencial para el ser humano, o es una consecuencia del egoísmo humano? ¿Por qué, de 4.000 o 5.000 millones de seres humanos, consideramos a unos pocos millones, o a unos pocos cientos de millones, como nuestros amigos, y a los demás como nuestros enemigos, simplemente porque han nacido al otro lado de una frontera geográfica, al otro lado de un océano o de un río, o porque hablan otra lengua? ¿Es utópico soñar con la humanidad como una gran familia, con lugares de comunión en lugar de fronteras, con puntos de encuentro en lugar de puestos de control, con tarjetas de San Valentín en lugar de pasaportes, con nuevas estrellas en lugar de armas ofensivas o defensivas? Sí, es una utopía, la utopía de Jesús de Nazaret.
Para hacer realidad esa utopía, tenemos que empezar de nuevo cada día a un nivel muy humilde y práctico dándonos cuenta de cómo podemos detener este ciclo paranoico de violencia demencial ofreciendo tanto amor al hermano que nunca piensa como yo como al que es lo suficientemente inteligente como para compartir todas mis ideas ; mostrando la misma amabilidad al que tiene el don de hacer todas las cosas que me exasperan que a aquel con el que siempre me siento en la misma longitud de onda; negándonos a convertirnos en rehenes de un universo mediático cuyo principal objetivo parece haberse convertido en dividir y oponer a grupos de personas y países, y en magnificar sus divisiones y oposiciones.
Es muy, muy sencillo. Pero no es fácil, como todos sabemos. Más bien utópico, de hecho. Es una de esas cosas imposibles para los seres humanos, pero nada es imposible para Dios, y a Él pertenecemos.
Armand Veilleux