Homilías de Dom Armand Veilleux en español.

4 de agosto de 2024 - 18º domingo "B

Ex 16:2...15; Ef 4:17-24; Jn 6:24-35

Homilía

            Existe una distinción, a veces sutil pero importante, entre fe y superstición. La superstición consiste en ver intervenciones extraordinarias y milagrosas de Dios en todo lo que no podemos explicar. La fe consiste en creer que Dios es nuestro padre, que es el dueño de todo y de todos, y que, por tanto, todas las manifestaciones de su creación son, en última instancia, manifestaciones de su amor.

3 de agosto de 2024 -- Sábado de la 17ª semana "B”

Jer 26:11-16. 24; Mateo 14:1-12

Homilía

          Este Evangelio nos lleva a la presencia de dos hombres muy diferentes entre sí. El primero, Juan el Bautista, es un hombre libre, sin poder ni ambición y, por tanto, también sin miedo. El otro es un hombre con mucho poder en sus manos, esclavizado por sus cálculos y ambiciones y por ello constantemente desgarrado por el miedo.

Martes de la 17ª semana “B” --30 de julio de 2024

Jeremías 14,17-22; Mateo 13,35-43

Homilía

En la literatura monástica primitiva, sobre todo en la pachômienne, encontramos una concepción de la vida ascética que sin duda encuentra su inspiración en el Evangelio que acabamos de leer. Según esta visión, Dios sembró en nosotros todos los frutos del Espíritu en el momento de nuestro nacimiento. Nos creó a su imagen y semejanza y, según la bella figura del Libro del Génesis, puso en nosotros su propio Aliento de Vida. Pero el Enemigo o el Diablo está siempre al acecho para arrebatarnos estos frutos del Espíritu y sembrar en su lugar los frutos del mal. Los frutos del Espíritu son virtudes y los frutos del mal son vicios.

Viernes 2 de agosto de 2024 -- Viernes de la 17ª semana «B

Jer 26,1-9; Mt 13,54-58

Homilía

Alrededor de los treinta años, Jesús dejó su pueblo natal de Nazaret, en Galilea, para ir a Judea. La razón inmediata de ello no se da en el Evangelio. En cualquier caso, en aquella época, como siempre, había un movimiento de gente hacia Jerusalén, la capital, sobre todo desde el interior de Galilea. Jesús se encontraba en Jerusalén justo cuando toda Jerusalén descendía hacia el Jordán, en la región de Jericó, para ser bautizada por Juan. Él mismo fue bautizado y oyó la voz del Padre: «Tú eres mi hijo amado, en quien tengo complacencia». Entonces Juan dijo a sus discípulos: «He aquí el Cordero de Dios». Varios discípulos de Juan se unen a Jesús y éste llama a otros. Después de ayunar durante cuarenta días en el desierto, parte de nuevo hacia Galilea, donde predica y cura a los enfermos, primero en la gran ciudad de Cafarnaún. Finalmente, un día regresó a su pueblo y comenzó a enseñar en la sinagoga. Todo el mundo se sorprendió. Esta sorpresa mostraba claramente que, hasta entonces, nada en la vida de Jesús en Nazaret le había distinguido. Sin duda había celebrado fielmente todas las fiestas del año con sus padres y parientes. Sin duda también había acudido regularmente a la sinagoga local para escuchar las enseñanzas de los doctores de la Ley. Por eso, cuando empezó a predicar y a curar a los enfermos, la gente se preguntaba: «¿De dónde ha sacado esa sabiduría y esos milagros?

31 de julio de 2024 -- Miércoles de la 17ª semana «B

Jeremías 15:10 16-21; Mt 13:44-46

Homilía

Jeremías sólo existe para una cosa: la Palabra de Dios. Fue esta Palabra, cuando la escuchó por primera vez, la que le dio su misión de profeta. Desarrolló un gusto por ella hasta el punto de devorarla: «En cuanto encontré tus palabras, las devoré», dijo. En esta Palabra encontró no sólo su alimento, sino su alegría: « Tu palabra me alegró, me hizo profundamente feliz». El Padre ha pronunciado su nombre sobre él y lo ha consagrado a sí mismo: « Tu nombre ha sido proclamado sobre mí, Yahveh, Dios de los poderes». Como resultado, ya no puede buscar su alegría en los placeres ordinarios de la vida: « No buscaré mi alegría juntándome con los que se divierten».

De un modo menos dramático, sin duda, esto es algo así como la historia de la vocación de cada uno de nosotros. Un día escuchamos la llamada de Dios, la Palabra que nos llamó a todos y cada uno de nosotros por nuestro nombre. Nos consagró o nos apartó (que es el significado de la consagración monástica). A partir de ahora, aunque quisiéramos, ya no podemos encontrar nuestra felicidad en las cosas ordinarias de la vida. Podemos encontrar esta felicidad escuchando su palabra, haciendo de ella nuestro alimento diario.

Jeremías había recibido la misión no sólo de recibir la Palabra, sino de transmitirla a su pueblo. Esta Palabra le hizo entrar en conflicto con el pueblo, que le perseguía. Tuvo la tentación de huir de la Palabra y de su misión. A veces tenía la impresión de haber sido «utilizado» por Dios, si no engañado... Quiso huir de su misión. Dios le llama de nuevo y le promete ser su defensor contra todos los ataques, ser su roca y su fuerza.

En el Evangelio escuchamos la parábola de la perla que se perdió y se volvió a encontrar. Esta perla es tan hermosa que el mercader que la descubre va y vende todo lo que tiene para conseguirla. Sólo seremos verdaderamente felices en nuestra vocación (monástica) si vemos la Palabra de Dios dirigida a nosotros como una perla tan preciosa. Entonces, como el mercader del Evangelio, o como San Antonio de Egipto y tantos otros, venderemos todo lo demás, nos desharemos de todo, incluso de nosotros mismos, para poseer plenamente esta perla. Entonces, como Jeremías, nos resultará fácil soportar todas las pruebas que se nos presenten, y encontraremos en la Palabra de Dios la alegría inefable que nos permitirá correr con el corazón lleno, como dice san Benito, en nuestra vocación (monástica).

*** Hoy celebramos también la memoria de San Ignacio de Loyola.

Armand Veilleux

1 de agosto de 2024 -- Jueves de la 17ª semana “B”

Jeremías 18:1-10; Mateo 13:47-53

Homilía

          En el Evangelio de hoy tenemos la conclusión de una larga enseñanza de Jesús sobre el Reino de los Cielos, en la que utilizó muchas imágenes para hacer comprender a sus discípulos diversos aspectos de ese Reino.

29 de julio de 2024 - Memoria de ss. Marta, María y Lázaro

Sir 24, 1-2.5-7.12-16 26-30 ; o 1Jo 4, 7-16

Jo 11, 19-27 o Jo12,1-11

Homilía

          Esta conmemoración litúrgica de Marta, María y Lázaro podría considerarse como la fiesta de la amistad. De hecho, vemos en los Evangelios que Jesús tiene una gama muy amplia de relaciones con las diversas personas que encuentra. En primer lugar, están las multitudes, a las que dirige su mensaje y por las que a menudo siente compasión. En estas multitudes hay, por supuesto, quienes le molestan y le combaten, en particular los doctores de la ley, los escribas y los fariseos; pero también hay un gran número de discípulos, hombres y mujeres, que le siguen en sus giras apostólicas. Entre ellos eligió a setenta y dos en un momento dado y los envió en misión. Y luego estaba el grupo de doce apóstoles a los que había llamado individualmente y de forma especial y que compartieron toda su vida pública. Entre ellos había algunos más íntimos a los que llevó con él en momentos especiales, como en la Transfiguración y en Getsemaní.