Homilías de Dom Armand Veilleux en español.

22 de febrero de 2022 - Cátedra de San Pedro

1 Pe 5:1-4; Mat 16:13-19

Homilía

           Y tú, ¿quién dices que soy?

           Nunca es fácil traducir un texto a otro idioma con todos sus matices.  Los traductores del Leccionario Litúrgico, en su esfuerzo por hacer el texto inteligible para la gente de hoy, a veces parafrasean el texto, o le añaden algo. Así, en el Evangelio de hoy, Jesús pregunta a sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? ». La traducción que hemos leído parafrasea esta pregunta, añadiendo las palabras: "¿Quién creéis que soy yo?", dando a las palabras de Jesús una nota íntima que no tienen. 

Solemos estar siempre preocupados por nuestros estados interiores ("¿Quién es Jesús, realmente para mí?"), mientras que en el Mensaje de Jesús aparecen varias veces dos verbos, el verbo decir y el verbo hacer. Hay que hacer la voluntad del Padre, hay que hacer la verdad. Del mismo modo, en el texto de hoy, debemos decir quién es Jesús, es decir, proclamarlo.

           La fe no es una simple actitud interior del corazón, y menos aún una simple aquiescencia del espíritu.  Hay que decirla.  Y hay que decirla tanto con palabras como con hechos. En respuesta a la pregunta de Jesús, Pedro confesó con su boca su divinidad: Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo.  Más tarde confesará a Jesús con toda su vida y, finalmente, con su muerte. Jesús, a su vez, habla para decir quién es Pedro y cuál es su misión.  ¿Acaso no prometió que "a quien me confiese ante los hombres, yo le confesaré ante mi Padre que está en los cielos" (Mateo 10:32)? 

           Encontramos esta unión de palabra y obra en toda la economía de la Redención.  A lo largo del Evangelio, Jesús proclama la Buena Noticia con palabras y signos que se complementan e iluminan mutuamente.  Santiago afirmará en su Carta que la fe sin obras es una fe muerta.  De esto hay que concluir dos cosas.  Por un lado, una fe que no se expresa en acciones concretas, en la vida, no sería una fe auténtica.  Por otra parte, puesto que el Padre se dice a sí mismo en su Palabra, la fe debe decirse también con palabras.  Debe proclamarse.  Toda la vida sacramental de la Iglesia está hecha de palabras y gestos, actos de fe traducidos en gestos de vida.

           La Iglesia es la comunidad de todos los que han recibido el mensaje de Cristo -- que han recibido de Él la misma pregunta que Él hizo a sus discípulos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?  Cada uno de nosotros  debe responder a esta pregunta de la misma manera que lo hizo Pedro, afirmando nuestra fe en palabras, y luego traduciendo esa palabra en una vida al servicio de esa palabra. 

Todos estamos llamados a anunciar el Evangelio viviéndolo, a anunciarlo con nuestras acciones.  Pero esto no es suficiente.  También estamos llamados a proclamarlo con palabras.  Lo hacemos cada día a través de nuestras celebraciones litúrgicas, que no son expresiones de nuestros estados interiores, sino proclamaciones de nuestra fe, afirmaciones de quién es Jesús, no simplemente "quién es para nosotros, de manera íntima", sino, más profundamente, más globalmente, quién "es", en definitiva. Lo proclamamos especialmente en la doxología de cada una de nuestras oraciones, donde decimos "Por Jesucristo, tu hijo, nuestro Señor y nuestro Dios...".  Esforcémonos por ser siempre conscientes de este vínculo entre nuestras palabras y nuestra vida, con la esperanza, basada en la propia palabra de Jesús, de que Él también nos confiese ante su Padre y nuestro Padre.

Armand VEILLEUX

 

20 de febrero de 2022 - 7º domingo "C

1 Sam 26:2...23; 1 Cor 15:45-49; Lc 6:27-38

Homilía

            Cuando leemos estas recomendaciones de Jesús, casi tenemos ganas de decirle: "¡Pero no puedes hablar en serio!  ¿De verdad quieres que actuemos con tanta ingenuidad? ¿Dejarnos aplastar sin defendernos e incluso amar a los que nos odian? ¿Es eso posible?"

9 de febrero de 2022, miércoles de la 5ª semana ordinaria B

1Re 10:1-10; Mc 7:14-15, 17-23

Homilía

            La lectura del Evangelio que acabamos de escuchar es una continuación de la de ayer.  Marcos nos cuenta uno de los difíciles y dolorosos encuentros entre Jesús y las autoridades del pueblo -es decir, los fariseos y los escribas-, que se han propuesto llevarle la contraria para deshacerse de él.  Jesús vuelve a llamarlos hipócritas, porque han llegado a dar tanta importancia a las prácticas religiosas externas que han perdido de vista la relación entre estas prácticas y la experiencia personal de Dios.

13 de febrero de 2022 -- 6º domingo "C

Jer 17:5-8; 1 Cor 15:12...20; Lc 6:17...26

Homilía

            La cuestión de la felicidad y la infelicidad es tan antigua como el mundo.  Desde el principio del Génesis, aparece la desgracia, fruto del pecado, que priva de felicidad al hombre y a la mujer creados a imagen de Dios y que comparten su felicidad eterna.  Maldita la serpiente que les engañó; maldito el suelo sobre el que se arrastra y que tendrán que cultivar para obtener su alimento; maldito Caín, que mató a su hermano y, finalmente, más tarde, malditos todos los que atacan al pueblo que Dios eligió para sí. (Todo el Antiguo Testamento está salpicado de tales "maldiciones").

7 de febrero de 2022 - Lunes de la 5ª semana del tiempo ordinario

1 Reyes 8:1...13; Mc 6:53-56

Homilía

              El rey David quería construir un templo a Dios.  Con verdadera sencillez y a la vez con cierta arrogancia se dijo a sí mismo, después de haber construido un palacio para sí mismo: "He aquí que yo habito en un palacio y Dios habita en la tienda".  Dios le había dicho a través del profeta: "No serás tú quien me construya un palacio.  Te construiré una casa", es decir, una dinastía.

              Fue Salomón, hijo de David, quien construyó el Templo del Señor. El texto que acabamos de escuchar como primera lectura describe la dedicación de este primer templo en Jerusalén.  El primer elemento de esta dedicación consiste en ir a buscar el Arca de la Alianza -también llamada Arca de la Reunión- que está en Sión, para colocarla en el Templo. 

              Esta historia es muy rica en detalles simbólicos. Sólo anotaré dos.  La primera es la mención de que en el arca no había nada. La primera es la mención de que en el arca no había nada, "salvo las dos tablas de piedra que Moisés colocó en el monte Horeb cuando el Señor hizo la alianza con los hijos de Israel". Esta "nada" es muy importante.  Es cuando vaciamos nuestros corazones, y entramos en ese vacío, que descubrimos la voluntad de Dios para nosotros, es decir, su amor por nosotros, y que el "Encuentro" puede tener lugar.  El segundo símbolo importante en este texto es el de la "nube oscura" en la que reside la gloria de Dios.

              En todas las tradiciones espirituales siempre ha habido dos categorías de místicos: los de la luz y los de la nube o la oscuridad.  A los primeros les fascina todo lo que se puede conocer de Dios; a los segundos, el hecho de que Dios es infinitamente más grande y otro que todo lo que se puede conocer o experimentar.

              En la Nueva Alianza, el Templo de la Antigua Alianza pierde todo su significado y es eclipsado por Cristo, del que sólo era la figura.  Hace tres días, en la fiesta de la Presentación, celebramos el Encuentro entre la humanidad y Dios, en la persona de Jesús, el Verbo encarnado.  El Evangelio que acabamos de leer nos muestra cómo este encuentro trae nueva vida y curación a toda la humanidad herida.  Lo único que tenían que hacer los lisiados era tocar los flecos del manto de Jesús y quedaban curados.  En unos momentos, entraremos en comunión con su cuerpo. Acudamos a él con todas nuestras heridas, confiando en que recibiremos curación y nueva vida

Armand VEILLEUX

10 de febrero de 2022 - Jueves de la 5ª semana ordinaria

1Re 11:4-13; Mc 7:24-30

HOMILÍA

           Este Evangelio revela mucho sobre la persona de Jesús y sobre la oración.  Además, nuestra actitud ante la oración suele revelar bastante bien la imagen que tenemos de Dios y de Cristo.

6 de febrero de 2022 - 5º domingo "C

Is 6,1-8; 1 Cor 15,1-11; Lc 5,1-11

Homilía

          Toda la Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, es la historia de testigos vivos que dan testimonio de lo que han visto y oído, pero también de su propia experiencia espiritual.  Esta vocación de testimonio era la de todo el pueblo de Israel, llamado a dar testimonio ante las naciones de que Yahvé es el único Dios.  En el pueblo de Israel, ésta fue la vocación de Moisés, David y, sobre todo, de los grandes profetas, que estaban llamados a dar testimonio de su experiencia del Dios vivo en su propia vida y en la del pueblo.