4 de marzo de 2024 - Lunes de la 3ª semana de Cuaresma
2 K 5, 1-15a; Lc 4, 24-30
Homilía
Después de su bautismo por Juan, Jesús pasó cuarenta días en el desierto, tras lo cual decidió no comenzar su ministerio en Jerusalén, que era el centro del judaísmo, sino en la lejana provincia de Galilea, de donde procedía.
Entonces comenzó a predicar en la sinagoga de la ciudad principal de aquella provincia, Cafarnaúm. Después de un exitoso primer día de predicación y curación, se retiró de nuevo al desierto para pasar una noche de oración, durante la cual decidió abandonar la ciudad de Cafarnaúm e ir a predicar en los pequeños pueblos y aldeas de la campiña de Galilea.
Esto le llevó a su ciudad natal de Nazaret. Fue a la sinagoga, donde, según la costumbre, le presentaron el rollo de la Escritura y leyó el texto de Isaías: "Yo te he enviado". Y concluyó: "Hoy se cumplen estas palabras de la Escritura en vuestra presencia", provocando vivas reacciones de su público. A continuación, añade las palabras que acabamos de escuchar: "Ningún profeta encuentra una acogida favorable en su propio país", provocando reacciones aún más vivas.
En la película de Steven Spielberg "La lista de Schindler", Oskar Schindler, dirigiéndose a su amigo Amon Goeth, le dice que el verdadero poder no se da cuando alguien utiliza la fuerza contra otros para matarlos, sino cuando la persona que ha sido ofendida es capaz de perdonar.
Tenemos en la segunda parte del Evangelio de hoy una hermosa expresión de ese poder pacífico y sereno que se opone al poder destructivo. Los habitantes de Nazaret -la misma ciudad de Jesús- están tan escandalizados por sus palabras que ya quieren matarlo. Lo expulsan de la ciudad, llevándolo a una escarpa de la colina sobre la que está construida la ciudad, para arrojarlo abajo. ¿Qué ocurre entonces? Nada violento, ninguna resistencia de Jesús. Simplemente pasa en medio de ellos y sigue su camino. No rechaza la muerte; pero su hora aún no ha llegado. Todavía es tiempo de mostrar amor simplemente no respondiendo a la violencia con violencia. Más tarde tendrá que demostrar el mismo amor aceptando la muerte. En cada situación es Jesús quien ejerce el verdadero poder: el poder del amor.