3 de septiembre de 2021 - Viernes de la 22ª semana del tiempo ordinario
Col 1- 15-20; Lc 5, 33-39
Homilía
En la primera lectura, tomada de la Carta a los Colosenses, Pablo nos ofrece un himno cristológico que consta de dos estrofas, una relativa a la creación y otra a la redención. En el primero, Cristo es presentado como el primogénito de la creación, antes que todas las criaturas; en el segundo, es presentado como el primogénito de entre los muertos, el primogénito de una multitud de hermanos y hermanas, todos ellos primogénitos, nacidos a una nueva vida en las aguas del bautismo.
Puesto que todavía estamos en los primeros capítulos de la lectura del Evangelio de Lucas, quizá sea legítimo señalar que este himno cristológico nos permite entender un pasaje del primer capítulo de Lucas, en el que se dice que durante el viaje de María a Belén de Judá para el censo, se le cumplió el tiempo y dio a luz a su hijo, el primogénito (o prototokos).
Es erróneo traducir, como se hace a menudo, "dio a luz a su primogénito". En griego, como en hebreo, cuando se habla del primogénito, en relación con la madre, se utiliza una expresión que significa "el que abre el útero"; en cuanto al sustantivo "prototokos", designa siempre al primogénito en relación con el padre. Una traducción exacta del griego en este primer capítulo de Lucas debe ser, por tanto: "Ella (María) dio a luz a su hijo, el Primogénito", es decir, el Primogénito del Padre eterno, según el título de Cristo que acabamos de leer en el himno cristológico de la carta a los Colosenses.
Jesús, el hijo de María, es, por tanto, el Primogénito de toda criatura, aquel del que toda la creación es sólo un débil reflejo. Él es también el Primogénito de entre los muertos, el primero de los muchos hermanos que resucitarán de entre los muertos, revelándonos la gloria a la que también nosotros estamos llamados.
Este Primogénito es también el Esposo del que habla el Evangelio de hoy. Desde la Resurrección hasta la Parusía, este Esposo nos ha sido arrebatado; este es el tiempo en el que tiene sentido ayunar y hacer penitencia, esperando la plena manifestación del Primogénito y su Padre en la Luz del Espíritu.
(Hoy recordamos a San Gregorio Magno)