7 de mayo de 2021 - Viernes de la 5ª semana de Pascua

Hechos 15:22-31; Juan 15:12-17

Homilía

               El Evangelio que acabamos de leer está tomado de Juan 15 y recoge las palabras de Jesús a sus discípulos durante su última comida con ellos: "Un mandamiento nuevo os doy: amaos los unos a los otros."  Dios es amor."Dios es amor.  Por tanto, la esencia de nuestra vida cristiana y monástica es también el amor. Y la esencia de nuestra vida comunitaria es el amor fraternal.

 

               No es un sentimiento vago de afectividad.  "Amaos los unos a los otros como yo os he amado", dice Jesús. Y enseguida explica el sentido de ese "como yo os he amado", diciendo: "Nadie tiene mayor amor que el de dar la vida por los que ama". Y es después de haber explicado esta exigencia de amor que repite: "El mandamiento que os doy es que os améis unos a otros". Se trata, pues, de un amor fraterno que se expresa en la renuncia a los intereses personales de cada uno, para trabajar por el bien de cada uno de sus hermanos.

               Jesús insiste diciendo: "No os llamo siervos míos, sino amigos míos".  En esto nos muestra el verdadero significado de la amistad en una comunidad cenobítica.  No somos amigos que han elegido la misma vocación porque tenemos los mismos gustos. Somos personas diferentes entre sí y a las que Dios ha llamado a formar una comunidad para encarnar en ella el misterio de su propio amor.  Su amor por nosotros es el vínculo de nuestra amistad.

               La primera lectura de la Eucaristía de hoy -que, al igual que la del Evangelio, continúa la lectura de ayer- también es reveladora.  Es la conclusión del Concilio de Jerusalén, que se convocó para encontrar una solución a un conflicto que había surgido en el seno de la Iglesia primitiva, incluso entre sus responsables.  La solución encontrada implica un gran respeto por las diferentes sensibilidades, especialmente entre los cristianos convertidos del paganismo y los convertidos del judaísmo, y al mismo tiempo la voluntad de no imponer a ninguno de ellos nada que no sea realmente necesario. La armonía de la vida comunitaria en una comunidad como la nuestra exige ese respeto y flexibilidad.  Sólo así se puede convivir sanamente con las tensiones que surgen en cualquier comunidad normal, como en la comunidad primitiva de Jerusalén y Antioquía.

               Lo dice muy bien San Benito, parafraseando a San Pablo, al final del hermoso capítulo 72 de su Regla, sobre el buen celo:

Soportarán con gran paciencia las debilidades de los demás, las del cuerpo y las del carácter. Se obedecerán unos a otros de todo corazón. Nadie buscará sus propios intereses, sino los de los demás. Tendrán un amor mutuo sin egoísmo, como hermanos de una misma familia. Respetarán a Dios con amor. Tendrán un amor humilde y sincero por su abad. No preferirán absolutamente nada a Cristo. ¡Que nos lleve a todos juntos a la vida con él para siempre!   

Armand Veilleux