2 de mayo de 2021 -- 5º domingo de Pascua "B

Hechos 9:26-31; 1 Jn 3:18-24; Jn 15:1...8

Homilía

           "Yo soy la verdadera vid".  Esta es una de las muchas afirmaciones en las que Jesús revela su identidad: Yo soy el agua viva, la luz del mundo, el buen pastor, la puerta de las ovejas, la resurrección y la vida, el camino, la verdad, etc.  Los elementos con los que se identifica son casi siempre elementos esenciales de la vida humana y a menudo se añade un adjetivo para subrayar su importancia: agua viva, buen pastor, por ejemplo. 

 

           Aquí Jesús se presenta como la verdadera vid.  Para entender el significado de este adjetivo, debemos recordar que la verdad en el pensamiento judío está estrechamente ligada a la idea de fidelidad y constancia.  No debemos olvidar que en todo el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, el pueblo de Israel es comparado con una vid (Oseas 10:1; Jer 2:21; Ez 17:1-10; Isaías 5:1-8, etc.).  Pero el problema de esta vid es que no ha sido verdadera, no ha sido fiel y, por lo tanto, no ha dado frutos para su dueño.  Por tanto, es en oposición a esta vid que Jesús declara: "Yo soy la verdadera vid".

           Otra categoría importante en nuestro texto es la de la permanencia.  El verbo "permanecer" aparece constantemente (ocho veces) como leitmotiv. Sólo podemos dar fruto si permanecemos estrechamente unidos a Jesús; es decir, si permanecemos en él y él en nosotros. Y la gloria del Padre de Jesús, que es el viñador, es que demos mucho fruto.  En efecto, no estamos llamados a ser discípulos de Jesús y a formar su Iglesia simplemente para nuestra perfección individual, sino para dar fruto en el mundo, al que somos enviados para ser testigos de la salvación traída por Jesús.

           Jesús lleva la imagen de la vid aún más lejos.  Para dar fruto, no basta con permanecer unido a la vid.  Debemos aceptar ser purificados, ser podados; ser despojados de todo lo que es ajeno al Evangelio.

           En la primera lectura tenemos el ejemplo de alguien que se dejó podar.  En el camino de Damasco, Pablo fue despojado de todo e injertado en la verdadera vid que era Cristo, de la que iba a ser uno de los sarmientos más fructíferos. 

           En cuanto a la segunda lectura, del apóstol Juan, nos invita a no dejarnos desanimar cuando hemos sido infieles, cuando nos sentimos como ramas marchitas y cuando nuestro propio corazón nos acusa.  Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo.  Su amor misericordioso puede atarnos siempre a la verdadera vid y hacernos dar fruto en abundancia, un fruto que nunca será exclusivamente nuestro, sino de la verdadera vid de la que sólo somos sarmientos.

Armand Veilleux