11 de mayo de 2021 -- Martes de la 6ª semana de Pascua
Hechos 16:22-34; Juan 16:5-11
Homilía
Al final del Evangelio de ayer, Jesús confió a sus discípulos que les había dicho todas estas cosas para que "se acordaran" de lo que les había dicho. El recuerdo, o la memoria, es algo muy importante en la vida cristiana. En el corazón de la vida cristiana está la Eucaristía, que celebramos "en memoria" de Jesús, como él nos dijo que hiciéramos. Es también manteniendo un recuerdo lo más constante posible de Él como podemos vivir una oración continua, que es uno de los elementos más fundamentales de la vida cristiana y de nuestra vida monástica.
En esta continua lucha que se libra en cada uno de nuestros corazones entre el Espíritu de la Verdad y el espíritu de la mentira, es posible que salgamos siempre victoriosos, si mantenemos viva esta memoria de Jesús y, sobre todo, si, como nos exhorta san Benito, no preferimos nada en absoluto al amor de Cristo.
Todo se reduce a si vivimos según el Espíritu de Jesús o según lo que Jesús llama el espíritu del mundo, que es el espíritu de la mentira. Jesús dice que el espíritu del mundo está completamente equivocado en su comprensión del pecado, la justicia y el castigo. En efecto, el pecado no es simplemente el hecho de infringir un precepto, sino que es un rechazo del amor. En cuanto a la justicia, no consiste simplemente en un reparto equitativo de los bienes materiales, sino en una vida recta, amando hasta el final, como Jesús. Y el juicio o la condena no lo ejerce Dios, sino que es simplemente la ausencia de vida y de amor en la que se sumerge quien se separa del amor de Dios.
En la primera lectura, al igual que ayer, tenemos el ejemplo de un pagano de corazón puro que se deja transformar por la Verdad del Evangelio tan pronto como le es transmitida. Ayer fue Lidia de Filipos; hoy es un guardia de la cárcel de la misma ciudad. Notemos en particular la mención de la alegría que llena a quienes se dejan penetrar por el mensaje del Espíritu de la Verdad.
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Hoy también recordamos a los cuatro primeros abades de Cluny.Cuatro largos mandatos que, en conjunto, abarcaron un periodo de casi dos siglos, y que pusieron en marcha una de las mayores y más bellas reformas de la vida monástica de la tradición benedictina en Occidente.