19 de mayo de 2021 - Miércoles de la 7ª semana de Pascua
Hechos 20:28-38; Juan 17:11b-19
Homilía
San Lucas, en su Evangelio, da gran importancia a la larga subida de Jesús a Jerusalén, donde será juzgado por el Sanedrín y luego entregado por los líderes religiosos a las autoridades romanas, para ser ejecutado fuera de la Ciudad. Asimismo, en su "segundo libro", los Hechos de los Apóstoles, describe la actividad de Pablo como un ascenso a Jerusalén, donde será acusado por los mismos líderes religiosos de Israel, lo que le llevará a ser apresado por la autoridad romana. Esto lo llevará a ser enviado a Roma donde finalmente será decapitado.
La primera lectura de la misa de hoy describe su encuentro con los representantes de la Iglesia de Éfeso. En términos conmovedores, confía a Dios esta Iglesia que tanto amó, y cuya unidad sabe que está amenazada. Entonces todos se arrodillan y rezan juntos. Todos saben que éste es su último encuentro, y al día siguiente le acompañan al barco en el que iniciará su viaje a Jerusalén, con muchas paradas.
Nuestro leccionario litúrgico establece un paralelismo entre este relato y la sección de la larga oración de Jesús en la Última Cena, que comenzamos a leer ayer. En este pasaje, Jesús ruega a su padre que mantenga unidos en su nombre a los discípulos que ha enviado a llevar la buena noticia como él mismo había sido enviado al mundo por su Padre.
La unidad de la Iglesia, como la unidad de cualquier comunidad particular dentro de la Iglesia, es un don de Dios que debemos pedir en la oración. El pastor protestante Dietrich Bonhoeffer, que murió en una prisión nazi hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, escribió un maravilloso librito sobre la vida comunitaria en los confines de su celda. En él dice que cuando intentamos construir una comunidad con nuestros propios esfuerzos humanos, siempre fracasamos. No podemos construir la comunidad; debemos recibirla como un regalo de Dios. Sin embargo, debemos estar preparados para recibir este regalo.
Durante esta novena de Pentecostés, pidamos al Espíritu Santo este don de la unidad para nuestra Iglesia universal, y para todas las células eclesiales, incluidas las células familiares, que la componen.
Armand Veilleux