4 de julio de 2021 - 14º domingo ordinario "B

Ezek 2:2-5; 2 Cor 12:7-10; Mc 6:1-6

H o m e l i a

           Cuando Jesús llega a Nazaret, (pues se supone que se trata efectivamente de Nazaret, aunque Marcos, sin duda intencionadamente, no nombra la ciudad), su reputación le ha precedido.  Al leer los capítulos anteriores del Evangelio de Marcos, vemos que no sólo la fama de taumaturgo de Jesús le precedía en Nazaret, sino también la fama de personaje peligroso que le habían dado los fariseos y los dirigentes del pueblo, que ya habían decidido matarlo (Mc 3,6).  Sabemos que enseñaba en su propio nombre y no como los escribas (Mc 1,22).  Sabemos que no observa las tradiciones, atreviéndose a tocar a un leproso y permitiendo a sus discípulos arrancar espigas y aplastarlas en sábado e incluso curar en ese día (Mc 1,39-45; 2,23-3,6); sabemos que va a comer a las casas de gente de mala reputación (Mc 2,14-17), etc.  Además, a causa de todo esto, su propia familia había llegado a la conclusión de que había perdido la cabeza y había venido, incluida su madre, a buscarlo y llevarlo a casa (Mc 3,21; 31-35).

 

           Así que aquí está Jesús viniendo a la sinagoga en Nazaret en el día de reposo.  La ley judía de la época de Jesús reconocía el derecho de cualquier varón adulto a leer las Escrituras en la sinagoga y a añadir algunas explicaciones.  Nadie en Nazaret le negó a Jesús este derecho.  El problema para los conciudadanos de Jesús es que durante los primeros treinta años de su vida, más o menos, fue un aldeano como todos los demás.  Por eso, cuando empezó a decir palabras sabias y a realizar curaciones milagrosas, se preguntaron: "¿De dónde viene esto?  ¿Qué es esta sabiduría que le ha sido dada y estos grandes milagros que son realizados por sus manos? ¿No es el carpintero?", etc.  A Jesús le duele su falta de fe.  No trata de convencerlos con maravillas.  Simplemente los deja para ir a predicar en las aldeas de los alrededores.

.          Sabemos que Jesús nunca buscó el poder.  El poder y la autoridad son dos realidades muy diferentes que no van necesariamente unidas. Alguien puede tener mucho poder sin tener ninguna autoridad real.  A la inversa, alguien puede tener una gran autoridad sin tener ningún poder. Así, una nación que invade a otra por la fuerza de las armas ejerce un poder terrible, pero generalmente no consigue establecer ninguna autoridad y, de hecho, pierde cualquier autoridad moral que pudiera tener. Así que Jesús habló y actuó con autoridad; pero se negó a ejercer el poder.  Nunca utilizó ninguna señal ni realizó ningún milagro para demostrar nada.  Cuando Dios, en el Antiguo Testamento, envía a Ezequiel a proclamar su palabra al pueblo de Israel, como vimos en la primera lectura, tampoco le da ningún poder especial para forzar el asentimiento del pueblo.  Simplemente le invita a hablar con autoridad: "...les dirás: "Así dice el Señor Dios...". Entonces, tanto si escuchan como si se niegan, (¡es su problema!) sabrán que hay un profeta entre ellos".

Ha habido momentos en la historia de la Iglesia en los que ha querido utilizar el poder para imponer el mensaje de Cristo.  Cada vez que lo ha hecho, los resultados han sido catastróficos.  Cuando ha sido fiel a su verdadera misión, esta fidelidad la ha llevado siempre a dar prioridad a los métodos de debilidad, practicando el amor universal.  Asimismo, Pablo, en la segunda lectura de hoy, recuerda a los corintios que no les habló con gran alarde de poder, sino con gran debilidad.

           En la vida de una comunidad, como en la sociedad en general, e incluso en una familia, hay mil y una formas de ejercer el poder sobre los demás. La persona que puede dar o negar un pase se llena fácilmente de poder.  De hecho, cada persona se encuentra fácilmente cada día en una situación en la que, si quiere, puede hacer sentir su poder sobre los demás por la forma en que actúa o no actúa.

           Jesús vino a este mundo no como el todopoderoso que imponía su voluntad, sino como un siervo, no sólo el siervo de su Padre, sino el siervo de todos.  A la luz de este Evangelio, preguntémonos, en el fondo de cada uno de nuestros corazones, si nuestra actitud cotidiana es de servicio o de búsqueda de poder. 

Armand Veilleux