17 de julio de 2021 - sábado de la 15ª semana del tiempo ordinario

Ex 12:37-42; Mt 12:14-21

Homilía

          En estos tiempos de "globalización" y "mundialización" -de una cierta globalización toda ella dominada por la economía- la brecha entre las naciones ricas y las pobres es cada vez mayor, al igual que la brecha entre ricos y pobres dentro de cada país.

 

          Periódicamente, los responsables de la toma de decisiones... ¿pero son realmente los responsables? -- de las naciones ricas se reúnen y ya estamos acostumbrados a ver estas reuniones acompañadas de manifestaciones violentas, en las que los anarquistas siempre se mezclan con los que quieren mostrar pacíficamente su desacuerdo. Todo esto suele acabar con la pérdida de vidas.

          Esta situación no es nueva.  El pueblo de Israel fue reducido a la servidumbre en Egipto durante 430 años.  Su liberación no estuvo exenta de violencia, pero se logró de forma rápida y brillante, en una noche.  En la primera lectura de la misa de ayer tuvimos la historia de la institución de la Pascua, un ritual para conmemorar cada año esta deslumbrante liberación.  Debía celebrarse a toda prisa, de pie, con los lomos ceñidos y el bastón en la mano, listo para salir. 

          En el Evangelio vemos que el propio Jesús no está exento de tales enfrentamientos.  No rechaza los enfrentamientos verbales con los fariseos y los doctores de la ley.  Pero nunca responde a la violencia con violencia.  Sabe que al final será víctima de la violencia, pero no la desea y la evita mientras no le llegue la hora.  En el Evangelio de hoy vemos que cuando los fariseos están preparando su muerte, mientras realiza un milagro en la sinagoga, decide retirarse a un lugar desierto, porque no ha llegado su hora, y la multitud de pequeños le sigue y les libra de sus males. 

          Esta escena le da a Mateo la oportunidad de citar el hermoso texto de Isaías sobre el Siervo de Dios, el Mesías, lleno del Espíritu, que no disputa ni hace oír su voz en las calles, pero que tampoco rompe la caña ya arrugada ni apaga la mecha que aún humea, y que derriba todas las fronteras, pues es la esperanza misma de las naciones gentiles.  Este texto debería inspirar tanto a los "decisores" encerrados en sus búnkeres como a los manifestantes en las calles.  También debería inspirarnos, a cada uno de nosotros, en los pequeños conflictos de los que a menudo está hecha nuestra vida cotidiana.

Armand VEILLEUX