21 de julio de 2021 -- Miércoles de la 16ª semana, año impar

Éxodo 16:1...15; Mt 13:1-9

Homilía

            Esta mañana tenemos el mismo Evangelio que hace unas semanas, en el 15º domingo ordinario.  Lo importante para Jesús, en esta parábola, no son las espinas que pueden ahogar la semilla recibida; no es el terreno pedregoso, que no permite que la semilla tenga raíces profundas; no son las aves del cielo que vienen a comer el grano que ha caído en el camino; ni siquiera es la buena tierra que recibe esta semilla.  Lo más importante para Jesús es la propia semilla.  Y la semilla de la que habla es su Palabra, que es también la Palabra de su Padre.

 

            En el texto de Mateo, esta parábola sigue inmediatamente a la historia de cómo los miembros de la familia de Jesús querían apresarlo y llevarlo a casa, porque pensaban que había perdido la cabeza.  Esta parábola es realmente una reflexión de Jesús sobre su ministerio.  Su Palabra - la Palabra de Dios - se recibe de diferentes maneras.  En algunas personas encuentra un corazón de piedra y no crece en absoluto; en otras crece con dificultad, pero crece igualmente.  Y cuando ha alcanzado su pleno crecimiento, ese es el Fin.  En resumen, es un mensaje de esperanza.

            Siempre estamos preocupados por nosotros mismos y por nuestro comportamiento.  Nos preocupamos por cómo recibimos la Palabra de Dios; y es bueno, por supuesto, que lo hagamos.  Pero nunca debemos olvidar que la Palabra es inmensamente más importante que cualquier cosa que podamos hacer o dejar de hacer con ella.  Un gran teólogo protestante, Karl Barth, llegó a decir que el mero hecho de que Dios nos haya hablado es infinitamente más importante que cualquier cosa que nos haya dicho.

            En la primera lectura, del Libro del Éxodo, tenemos la historia de la entrega del maná en el desierto.  Nuestro maná es la Palabra de Dios, que se nos da cada día en abundancia en la liturgia, pero que debemos profundizar y meditar constantemente en nuestra lectio divina. Y nuestro maná es también, por supuesto, la Eucaristía que se nos da como pan de cada día. Acerquémonos a esta mesa con gratitud y asombro.