22 de julio de 2021 - Fiesta de Santa María Magdalena

Ct 3, 1-4a; o 2 Cor 5, 14-17 : Jn 20, 1.11-18

Homilía

María Magdalena es probablemente la mujer mencionada en los Evangelios de la que más se sabe (aunque no siempre está absolutamente claro de qué "María" hablan los evangelistas).  Cuando lavó los pies de Jesús y les roció con perfume, Jesús dijo que dondequiera que se enseñara el Evangelio, se contaría lo que había hecho "en memoria de ella". Sin embargo, lo que San Juan más recuerda de María Magdalena, y que es objeto del texto evangélico que acabamos de leer, es que fue la primera testigo de la Resurrección de Jesús. 

 

            Esto era algo muy importante en la Iglesia primitiva.  Se recordará que cuando los Once decidieron elegir a alguien para ocupar el lugar de Judas en el Colegio de los Doce, buscaron a alguien que hubiera sido "testigo de la Resurrección".

            Pero, ¿qué significa "ser testigo de la Resurrección"?  En realidad, nadie fue testigo del momento preciso en que Jesús salió vivo del sepulcro. Este momento es el objeto de la Fe.  Los testigos de la Resurrección son aquellos que han tenido un encuentro personal con Cristo resucitado.  Y entre estos testigos, según el Evangelio, María Magdalena es la primera.  Este encuentro nos lo describe San Juan con gran emoción y delicadeza. 

            María Magdalena es la primera en ir al sepulcro muy temprano, el primer día de la semana, cuando todo comienza.  Espera encontrar allí el cuerpo de Jesús, pero ve que la piedra que cerraba el sepulcro ha sido removida.  Inmediatamente va a advertir a Juan, el discípulo amado, el único de los Apóstoles que estuvo presente en el Calvario, y también advierte a Pedro, cuya autoridad reconoce así.  Después de que han venido y se han ido, ella se queda llorando porque se han llevado a su Señor.  Ella le reconoce cuando la llama por su nombre "María", como probablemente había hecho muchas veces antes. 

            Si realmente buscamos a Dios -y eso es lo que hemos venido a hacer al monasterio-, un día oiremos a Jesús llamarnos por nuestro propio nombre.  Nos llamará a un encuentro personal cada vez más íntimo con él.  Y entonces también nosotros podremos ser -y, de hecho, también nosotros debemos ser- testigos de la Resurrección, porque esa es la misión esencial del cristiano.