25 de julio de 2021 - 17º domingo "B

2 Reyes 4:42-44; Ef 4:1-6; Juan 6:1-15

Homilía

           En la Carta a los Efesios, San Pablo nos invita, o más bien nos ruega, a seguir fielmente la llamada que hemos recibido.  Para él, esto significa vivir con humildad, mansedumbre y paciencia, soportando a los demás con amor.  También significa mantener la unidad en el Espíritu mediante el vínculo de la paz.

 

           Ahora bien, la primera y la tercera lectura nos enseñan que esa unidad no es posible si no compartimos los unos con los otros, y si no se alimenta a los pobres, y si no se admite, a nivel de toda la humanidad, a todos los pobres en el banquete de las naciones.      Encontramos varias referencias a los pobres en el relato del Evangelio de Juan.  Por ejemplo, los panes distribuidos por Jesús no son panes de trigo, sino de cebada, que era el alimento de los pobres.

           Hoy, una gran parte de la humanidad vive en la peor forma de servidumbre, el hambre.  El hambre -que es el arma de destrucción masiva más eficaz- mata a decenas de millones de personas cada año, mucho más que el sida, la malaria, el COVID y todas las demás enfermedades infecciosas juntas.  Esta servidumbre es, en gran medida, el resultado del control de la economía mundial y, por tanto, de sus recursos vitales por parte de unas pocas grandes potencias nacionales y multinacionales.  La solución de Jesús a la situación en su día nos dirá qué solución se necesita hoy.

           Jesús levantó la vista y vio la gran multitud que le seguía y vio su necesidad de comida, incluso antes de que nadie hubiera expresado esa necesidad.  ¿No deberíamos hacer lo mismo hoy: ver las necesidades de millones de personas hambrientas antes de que las "catástrofes humanitarias" tengan que ser utilizadas por las redes publicitarias para despertar nuestras emociones?  Asimismo, en nuestro entorno inmediato y en nuestra vida cotidiana.

           En el Evangelio que acabamos de escuchar, Felipe, a quien Jesús explica en primer lugar esta situación de multitud hambrienta, no concibe otra solución que la monetaria y matemática: "el salario de doscientos días no bastaría para que cada uno tuviera un trocito de pan".  Es exactamente la misma lógica que organiza reuniones de países donantes para recaudar fondos para alimentar a personas reducidas a la inanición por guerras que han costado muchísimo más.  Para Jesús esto no es una solución.  Sólo mantendría la servidumbre y la humillación de las personas que reciben "generosamente" su ración diaria estrictamente calculada.

           La solución propuesta por Andrés en el Evangelio de hoy y elegida por Jesús es la de compartir. Jesús pide lo que le han traído y dice que lo comparta. Entonces hay suficiente para todos. El verdadero milagro que ocurrió no fue la multiplicación, sino la voluntad de compartir.  Además, los presentes no fueron llamados a hacer cola para recibir su comida de manos de generosos benefactores, sino que se les invitó a tumbarse, como se hacía en los banquetes y, sobre todo, en la comida de Pascua, para comer dignamente con los compañeros.  Y cuando todos se hubieron recostado en la abundante hierba (signo de la abundancia del Reino), Jesús mismo les repartió la comida, como hace un anfitrión con sus invitados.

           Cuando Jesús lleva a la multitud a compartir la poca comida que se ha traído, hay suficiente para todos.  El problema del hambre en el mundo, ahora como entonces, siempre ha sido un problema de distribución justa más que de recursos.  Incluso hoy, cuando el 6% de la población mundial consume el 90% de los recursos naturales del mundo, no es un problema de recursos ni de población.  Estamos ante un problema de justicia. 

           En esta celebración eucarística pidamos para nosotros mismos y también para los responsables de las naciones, la luz y el valor de poner en práctica en nuestras vidas este mensaje de Jesús, para que todos los necesitados sean ayudados y para que todos los pueblos sean finalmente admitidos en el banquete de las naciones.

Armand VEILLEUX