2 de agosto de 2021 - Lunes de la 18ª semana ordinaria
Num 11:4b-15; Mt 14:13-21
HOMILÍA
Esta multiplicación de los panes, relatada en el Evangelio que acabamos de leer, es el único milagro de Jesús del que dan cuenta los cuatro evangelistas. Esto demuestra la importancia que los primeros cristianos le atribuían. Cada evangelio quiere mostrar a Jesús a su manera como el nuevo Moisés, capaz de alimentar a su pueblo en la soledad y de guiarlo por el desierto. Mateo, en la versión de la historia que acabamos de escuchar, describe explícitamente a Jesús llegando al desierto, rodeado de una multitud sin comida.
Dos aspectos de esta historia merecen nuestra especial atención. Jesús no sólo se siente movido por la compasión hacia las multitudes pobres y hambrientas, sino que les da comida real, concreta y mundana. Como siempre ha dicho, su reino no es de este mundo, pero se vive en este mundo. Él es el Pan de Vida; pero la vida humana normal, vivida aquí en la tierra, es una parte de esa vida eterna que vino a traer a la humanidad. El ser humano necesita alimento espiritual; pero también necesita, ante todo, una prioridad temporal: el alimento material. Esto es parte integral de su mensaje.
El segundo aspecto es el de compartir. Jesús pregunta a los Apóstoles qué comida tienen. Ellos responden: "cinco panes y dos peces". Les dice que compartan. Y había suficiente para todos. Es legítimo pensar que el verdadero milagro que ocurrió entonces fue que todos los que habían traído algo lo compartieron de corazón con sus vecinos, y hubo mucha más comida de la que se necesitaba.
Traducido a un lenguaje moderno y en el contexto actual, puede decirse que los problemas de la pobreza y el hambre en el mundo son, en última instancia, problemas de justicia y distribución equitativa. La Madre Tierra podría alimentar a varios miles de millones de personas más, si los que tienen decidieran compartir con los que no tienen.
Ante los agónicos problemas del hambre en el mundo (con el 60% de la población mundial desnutrida, cientos de millones de personas con hambre crónica y decenas de miles que mueren de hambre cada día), nos sentimos fácilmente impotentes. Jesús tiene una solución muy sencilla para estos problemas, que no requiere comisiones internacionales para estudiar la situación. Simplemente dice: "¿Cuánto tienes? -- Compártelo, y habrá suficiente para todos". Y así sucedió.
Un gran doctor de la Iglesia, Juan Crisóstomo, expresó de manera muy vívida el vínculo entre la celebración litúrgica y la atención a los pobres: "Queréis honrar el Cuerpo de Cristo. No lo desprecies cuando esté desnudo. No lo honres aquí en la Iglesia con ropas de seda, mientras lo dejas afuera en el frío y desnudo... Dios no necesita cálices de oro; quiere almas de oro. Alimenta primero a los pobres, y decorarás el altar con lo que quede".
Estas fuertes palabras serían consideradas hoy subversivas, si no fueran pronunciadas por un Padre de la Iglesia.
Al reunirnos aquí para recibir el Pan de Vida, pidamos al Señor que abra el corazón de todos los cristianos a las dimensiones de su responsabilidad, para que todos los pueblos, y cada hombre y mujer de todos los pueblos, sean acogidos en la Fiesta de las Naciones.