3 de agosto de 2021 -- Martes de la 18ª semana del tiempo ordinario

Números 12:1-13; Mateo 14:22-36

Homilía

           El acontecimiento que está en el centro de este relato evangélico lo sitúa el evangelista Mateo entre dos manifestaciones de la preocupación de Jesús por los hambrientos y los enfermos.  Nuestro texto comienza con la multiplicación de los panes y termina con el relato de las multitudes que llevan a sus enfermos a Jesús para que los cure, aunque sea tocando los flecos de su manto.          

 

           Después de la multiplicación de los panes, Jesús envía a sus discípulos a casa en su barca; y él mismo se va "a casa" de otra manera, subiendo a la montaña a orar -lo que hace durante casi toda la noche.

           Un marinero o pescador teme las tormentas y las ama al mismo tiempo.  Las teme porque se cobran vidas humanas; las ama porque, sobre todo por la noche, le ponen en contacto con las fuerzas más misteriosas y aterradoras de la naturaleza, lo que, a su vez, le pone en contacto con fuerzas sobrenaturales.

           Así vemos a los discípulos luchando con un viento violento y grandes olas, y en medio de todo esto Jesús se acerca, caminando tranquilamente sobre las aguas.  Pedro se muestra entonces una vez más como el más encantador y desconcertante de los discípulos de Jesús.  Tiene la suficiente fe como para pedirle a Jesús que lo lleve a sí mismo caminando sobre el agua.  Tiene suficiente fe para responder a la invitación de Jesús y empezar a caminar sobre el mar. Mientras su enfoque esté en Jesús, no hay problema.  Puede caminar sobre el agua.  Pero en cuanto su atención pasa de Jesús a las grandes olas, se asusta y empieza a hundirse.

          

           ¿Cuál es la lección para nosotros? -- A veces estamos llamados a ir a rezar con Jesús en la soledad.  Otras veces no recibimos esta invitación, sino que somos enviados de vuelta a mar abierto por Jesús, como les ocurrió a los Discípulos.  En ausencia de Jesús, la alta mar se convierte fácilmente en un mar tormentoso.  Si entonces miramos al mar más allá de los confines de la barca en la que nos encontramos, veremos a Jesús viniendo hacia nosotros tranquilamente.  Si tenemos fe en él, y mantenemos nuestra mirada y atención fija en él, estamos salvados y podemos caminar sobre cualquier tipo de mar.  Pero en cuanto nuestra atención se desvía de él hacia nuestras propias dificultades, empezamos a hundirnos.

           La fe debe ir unida a la oración continua, que es el recuerdo constante de Dios.