4 de agosto de 2021 -- Miércoles de la 18ª semana del tiempo ordinario
Números 13:1...35; Mateo 15:21-28
Memoria de San Juan María Vianney
Homilía
El Evangelio de ayer nos dio un bello ejemplo de la fe del apóstol Pedro: una fe generosa y débil a la vez. La lectura del Evangelio de hoy nos da un ejemplo de una fe muy profunda y fuerte en una mujer que no pertenecía al pueblo de Israel. Una fe tan fuerte que no sólo hizo que Jesús "cambiara de opinión" en cierto modo, sino que incluso influyó en la dirección de su ministerio.
Jesús consideraba que había sido enviado "sólo a las ovejas perdidas de la casa de Israel". Quería ser -y era- su pastor. Esta mujer cananea no pertenecía a este rebaño y por eso Jesus se niega a escuchar su oración y a sanar a su hija. Incluso le dice que "no está bien coger el pan de los niños y echárselo a los perros". En esta última frase, que parece tan dura, ve un hueco y se apresura a poner el pie en la puerta. Se da cuenta de que los perritos se comen las sobras que caen de la mesa de su amo... En esta admirable respuesta, cabe destacar dos palabras. En primer lugar, la palabra griega "perritos" se refiere a los "perros domésticos", que en cierto modo forman parte de la familia. También utiliza la palabra "maestro" (kyrie). De este modo, afirma sutilmente que se considera parte de la casa de Dios, y también que reconoce a Jesús como su "maestro".
Jesús no sólo responde a su oración, sino que se conmueve tan profundamente por ella que él mismo se transforma. De hecho, en cualquier relación verdadera entre dos seres humanos, los dos polos de la relación se cambian. A través de este diálogo con la mujer cananea, Jesús adquiere una nueva luz sobre su misión. A partir de ahora no sólo irá a las ovejas perdidas de la casa de Israel, sino también a las "naciones".
¿No es maravillosamente hermoso y al mismo tiempo un poco aterrador que la oración tenga tal poder? Hagamos de nuestra propia oración un diálogo personal y convincente con Dios.