13 de agosto de 2021, viernes de la 19ª semana del año impar
Jos. 24:1-13; Mat. 19:3,12
Homilía
La enseñanza de Jesús en este Evangelio es sobre la fidelidad, tanto en el matrimonio como en el celibato. Digo "en" el matrimonio y "en" el celibato; porque no se es fiel al matrimonio o al celibato, sino a una persona. En el celibato se es fiel a la persona de Jesucristo, ya que es en vista de su reino que uno se ha hecho célibe; y en el matrimonio también se es fiel a Jesucristo, pero esta fidelidad se encarna entonces en la fidelidad a una esposa o a un esposo.
La respuesta de Jesús a la pregunta de los fariseos está construida según las reglas habituales del paralelismo, que se encuentran constantemente en la literatura bíblica. Primero habla de la fidelidad conyugal y termina, tras la expresión de sorpresa de los discípulos, diciendo: "No todos pueden entender esto, sino sólo aquellos a quienes se les ha dado". La mayoría de las veces aplicamos esta frase de Jesús al celibato. Pero si leemos este texto según las reglas del paralelismo semítico, esta frase está relacionada con lo que precede y no con lo que sigue. Así que Jesús está diciendo que la indisolubilidad del matrimonio es algo que sólo puede entenderse como un aspecto del plan divino para el hombre y la mujer; y que sólo se da a aquellos que han recibido la revelación de ese plan divino.
A continuación, Jesús añade inmediatamente su enseñanza sobre el celibato, y termina con una frase casi idéntica: "Que entienda el que tiene poder de entender", es decir, aquel a quien se le ha dado este poder de entender. Y Jesús distingue claramente el celibato elegido con vistas a la construcción del reino de los cielos y en respuesta a una llamada, del celibato que es consecuencia de una incapacidad para casarse, sea esta incapacidad física o no, y sea de nacimiento o causada por los hombres.
De este modo, Jesús nos revela el fundamento de toda fidelidad, que no es otro que la fidelidad de Dios, que no se deja afectar por ninguna infidelidad hacia él. La primera lectura, del libro de Josué, nos recordó la fidelidad de Dios hacia su pueblo, al que salvó de Egipto, guió por el desierto y condujo a la Tierra Prometida. Esta fidelidad será comparada a menudo por los profetas con la de un marido hacia su mujer, incluso cuando ésta le es infiel. El que se ha consagrado en el celibato por el reino, y que se ha vinculado a una comunidad religiosa por los votos o a una iglesia diocesana por el sacerdocio, debe permanecer fiel incluso cuando considere que la Iglesia o la comunidad no le son fieles... o incluso si siente, como algunos, que Dios mismo le ha abandonado.
Pidamos al Dios fiel esta comprensión que nos permite ser fieles a todos nuestros compromisos.
Armand VEILLEUX