14 de agosto de 2021 - Sábado de la 19ª semana del año impar

Josué 24:14-29; Mateo 19:13-15

Homilia

           A lo largo del Evangelio, Jesús muestra una especial preocupación por los más necesitados, los más desamparados, los más pequeños.  Por lo general, los enfermos y los poseídos son llevados a él para ser curados y liberados de sus demonios.  En el Evangelio de hoy, le traen simplemente niños pequeños que no parecen necesitar nada en particular.  Simplemente se le pide que les imponga las manos y rece.  Los discípulos, que parecen querer ser los protectores de Jesús contra los intrusos, quieren mantenerlos alejados.  En cambio, Jesús dice que los dejen venir a él, porque el reino de los cielos pertenece a los que son como ellos.  Recordaréis que en el Evangelio del martes pasado Jesús dijo que si no nos hacemos como niños no entraremos en el reino de los cielos. 

 

           En primer lugar, observemos que Jesús, en el Evangelio, no nos invita a permanecer como niños pequeños, es decir, a seguir comportándonos toda la vida de forma infantil e inmadura.  Por el contrario, nos invita a ser como niños pequeños, lo cual es mucho más exigente. 

           Seguir siendo un niño toda la vida es fácil, y de hecho bastante común.  Convertirse en un niño es mucho más difícil.  Porque primero hay que convertirse en adulto y luego, mediante un largo proceso de purificación y desprendimiento, adquirir de nuevo las cualidades de la infancia.  Estas cualidades son las de la sencillez, la pureza de corazón, la espontaneidad, la apertura y la verdad. 

           En el Evangelio de esta mañana, Jesús impone las manos a los niños pequeños que le han traído para que rece por ellos. ¿Qué significa esta imposición de manos vinculada a la oración?  Es un contacto físico entre dos personas; entre el que reza y aquel por el que reza.  Al igual que en las curaciones realizadas por Jesús siempre hay un gesto físico que acompaña a la palabra, lo mismo ocurre aquí con la oración.  De este modo, se expresa el vínculo entre la persona que reza y la persona por la que reza.  A través de este contacto físico, la gracia obtenida por la oración del orante se transmite a aquel por quien reza.  La unidad que nos hace a todos UNO en Cristo es en cierto modo física y espiritual.  Todos salimos de las manos del mismo Alfarero, según la imagen del Génesis; o, según la imagen del Salmista, las mismas manos nos tejieron a todos en el vientre de nuestras madres.  Por eso, en todos los sacramentos, la oración o la palabra van siempre acompañadas de un gesto físico. Cuando el sacerdote da la absolución, por ejemplo, extiende su mano hacia el penitente, un gesto con el que implora que la gracia del perdón descienda sobre él (o ella).

           Acerquémonos a Jesús como niños pequeños y pidámosle que nos imponga las manos como a los niños del Evangelio de hoy y nos limpie de todas nuestras faltas y heridas.

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Memoria de s. Maximiliano Kolbe