28 de agosto de 2021 - Sábado de la 21ª semana de OT

1 Tesalonicenses 4:9-11; Mateo 25:14-30

H o m e l i a

            Para cualquiera que tenga alguna experiencia en el mercado monetario o que tenga alguna conciencia de la justicia social, este Evangelio puede ser problemático.  Pero esta parábola no tiene que ver con la economía o la justicia social, ni con los talentos que hemos recibido y debemos producir.  Esta parábola, como todas las demás, trata principalmente de Dios.  Nos enseña algo sobre la generosidad de Dios, que siempre nos recompensa de forma totalmente desproporcionada a lo que aportamos.

 

            Este texto forma parte del gran discurso escatológico de Jesús en Mateo.  Para entenderlo, hay que recordar que los judíos tenían un concepto de "tiempo" totalmente diferente al nuestro.  El nuestro es cuantitativo; el de ellos era cualitativo.  Vemos el tiempo como la progresión de momentos en una línea continua, con una larga serie de estos momentos detrás de nosotros y una larga serie delante de nosotros.  Y creemos que uno de estos momentos será el último.  Será entonces el fin del tiempo y el fin de la historia.  Esta forma de concebir el tiempo habría sido bastante incomprensible para Jesús o para un Judío de su tiempo.   El antiguo Judío no se situaba en algún lugar en un momento concreto del tiempo.  Por el contrario, situaba los acontecimientos, los lugares y el tiempo como puntos fijos, y se veía a sí mismo como un peregrino que pasaba por esos puntos fijos.  Sus antepasados habían pasado por allí antes que él y sus descendientes lo harían después.  Cuando un individuo llegaba a un punto fijo, por ejemplo la fiesta de la Pascua, o un tiempo de hambruna, se convertía en contemporáneo de todos los que habían pasado por el mismo tiempo cualitativo, e igualmente contemporáneo de todos los que pasarían después de él.  La naturaleza del tiempo presente está determinada por un acto salvador de Dios en el pasado (por ejemplo, el Éxodo) o por un acto salvador de Dios en el futuro.

            Por eso, cuando leemos los textos escatológicos de Jesús, no debemos verlos como textos que anuncian acontecimientos de la historia futura.  Son textos que hablan de Dios.  Cuando Jesús anuncia la inminencia del reinado final y definitivo de Dios, está anunciando que Dios mismo ha cambiado y que esto se puede ver en los signos de los tiempos.

            El Dios de Jesús es radicalmente diferente de la imagen de Dios en el Antiguo Testamento y también de la imagen que la mayoría de los cristianos tienen de Dios.  En realidad, Jesús no presenta una nueva imagen de Dios.  Anuncia que el Dios de Abraham, Isaac y Jacob hará algo totalmente nuevo.  Dios mismo se compadecerá y expresará su misericordia y su amor de forma totalmente desproporcionada a lo que hayamos hecho.  Cualquier acto de servicio fiel es suficiente para llevar a alguien a la alegría de su amo, ya sea haber hecho fructificar diez, cinco o dos talentos.  La única persona que no recibe este regalo es la que se ha cerrado a esta generosidad por miedo y falta de confianza. 

            Hoy celebramos a San Agustín, alguien que fue objeto de esta intervención de la misericordia de Dios en su vida, y que supo aprovechar los talentos que había recibido, como el mejor de los servidores.