30 de agosto de 2021 - Lunes de la 22ª semana de agosto
1 Tes 4-13-17; Lucas 4:16-30
  
Homilía 
 
Después de su bautismo por Juan, Jesús pasó 40 días en el desierto, tras lo cual decidió no comenzar su ministerio en Jerusalén, que era el centro del judaísmo, sino en la remota provincia de Galilea, de donde procedía.  Entonces comenzó a predicar en la sinagoga de la principal ciudad de aquella provincia, Cafarnaúm.  Después de un exitoso primer día de predicación y curación, se retiró de nuevo al desierto para pasar una noche de oración, durante la cual decidió dejar la ciudad de Cafarnaúm e ir a predicar a los pequeños pueblos y aldeas de la Galilea rural.  Esto le llevó a la ciudad donde había crecido, Nazaret.  Fue a la sinagoga, donde le presentaron el rollo de las Escrituras y leyó el texto de Isaías: "Yo te he enviado".  Entonces dijo: "Hoy se cumplen estas palabras de la Escritura en vuestra presencia".  
 
A través de estas decisiones sucesivas, Jesús nos enseña, en primer lugar, que la conversión a la que nos llama consiste en un reajuste constante y repetido de nuestras prioridades.
 
En la película de Steven Spielberg La lista de Schindler (sobre los campos de concentración nazis), Oskar Schindler le dice a su amigo Amon Goeth que el verdadero poder no está presente cuando alguien utiliza la fuerza contra otros para matarlos, sino cuando el ofendido es capaz de perdonar.
 
Tenemos en el Evangelio de hoy una hermosa expresión de ese poder pacífico y sereno en oposición al poder destructivo.  Los habitantes de Nazaret -el propio pueblo de Jesús- están tan escandalizados por sus palabras que ya quieren matarlo.  Le persiguen fuera de la ciudad, le hacen subir a una colina empinada sobre la que está construida la ciudad con el fin de arrojarle al suelo.  ¿Qué ocurre entonces?  Nada violento, ni ninguna resistencia por parte de Jesús.  Simplemente pasa a través de ellos y sigue su camino.  No rechaza la muerte; pero aún no ha llegado su hora.  Sigue siendo el momento de mostrar simplemente que no se responde a la violencia con violencia.  Más tarde tendrá que demostrar el mismo amor aceptando la muerte.  En cada situación es Jesús - no sus enemigos - quien ejerce el verdadero poder - el poder del amor.
  
Extender ese amor a todos, incondicionalmente, es el modo en que estamos llamados a ser testigos de la persona y el mensaje de Jesús.