1 de septiembre de 2021 - Miércoles, 22ª semana del tiempo ordinario

Co 1:1-8; Lc 4:38-44

Homilía

          En esta vigésima segunda semana del tiempo ordinario, retomamos dos libros de la Sagrada Escritura.  El lunes empezamos a leer el Evangelio de Lucas, y hoy la primera lectura de la carta de Pablo a los Colosenses.  Esta Carta de Pablo a los Colosenses forma parte de las llamadas Cartas de la Cautividad.  Es, por tanto, una obra que se sitúa en el periodo de madurez del pensamiento espiritual del Apóstol.

 

          En cuanto al Evangelio de Lucas, de los cuatro Evangelios, es sin duda el mejor "construido", pues Lucas sabía escribir.  Sobre todo, sabía organizar bien su material.  Los dos primeros capítulos de su Evangelio, que parecen tratar de la infancia de Jesús, anuncian en realidad todos los grandes temas de todo el Evangelio.  Del mismo modo, los siguientes capítulos, especialmente el capítulo 4 (Ayer y Hoy), ya prefiguran las dos grandes formas del ministerio de Jesús: sus curaciones y su proclamación de la Buena Nueva.

          Hay que señalar que donde nosotros hablamos fácilmente de milagros, Lucas habla simplemente de "curación".  En nuestra concepción moderna, un milagro es algo que no puede explicarse en el contexto de lo que entendemos como leyes de la naturaleza.  Pero esta concepción del milagro es completamente ajena al hombre y la mujer de la Biblia.  Para el hombre de la Biblia, no hay ley de la naturaleza.  La naturaleza está enteramente sometida a la voluntad y a la omnipotencia de Dios, que obra en ella como y cuando quiere.  Para el hombre de la Biblia, no hay milagros; hay simplemente "mirabilia Dei", "maravillas de Dios", es decir, acciones más brillantes en las que Dios manifiesta su omnipotencia.  Y todas las acciones maravillosas producidas por Jesús no son, en primer lugar, manifestaciones de omnipotencia, sino manifestaciones del amor misericordioso de Dios por los hombres, especialmente los pequeños, los que sufren, las víctimas de las fuerzas del mal.

          No ignoramos todo el sufrimiento que existe hoy en el mundo, en los cuerpos y las almas de nuestros hermanos y hermanas en la humanidad.  Pidamos a Jesús que siga revelando en ellos, como lo hizo en Galilea hace dos milenios, las maravillas del amor misericordioso de su Padre