14 de octubre de 2021 - Jueves de la 28ª semana del tiempo ordinario

Rom 3,21-30; Lc 11,47-54

Homilía

Este texto del Evangelio que acabamos de leer es una continuación del que tuvimos ayer.

 

En el Evangelio de Lucas, toda la enseñanza de Jesús tiene como telón de fondo la lucha entre el reino de Dios, cuya llegada anuncia Jesús, y las fuerzas del mal, representadas primero por el tentador en el desierto, y luego por la oposición cada vez más fuerte que le ofrecen a Jesús los fariseos y escribas, hasta su larga ascensión a Jerusalén, donde las fuerzas del mal parecen haber triunfado sobre él cuando es condenado a muerte y depositado en el sepulcro, en espera de la victoria final del Hijo de Dios en la mañana de la resurrección.

En el texto que acabamos de leer, Jesús continúa la larga lista de reprimendas a los fariseos y a los doctores de la ley, gran parte de las cuales leímos ayer.

Y todos estos reproches se resumen en una frase terrible: "Desgraciados sois, doctores de la Ley. Os habéis llevado la llave del conocimiento; vosotros mismos no habéis entrado en él, y a los que intentaron entrar en él, se lo impedisteis.

El conocimiento de Dios está en el centro de toda la Revelación, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, es capaz de conocerlo y, por tanto, también de amarlo. Pero este conocimiento le es dado, es un regalo. Aquí en la tierra vemos a Dios a través de las imágenes que tenemos de Él. En la era venidera, lo veremos cara a cara.  Pero ya aquí en la tierra tenemos un conocimiento genuino de Él a través del amor.  Un amor que es puro don, ya que este amor ha sido puesto en nuestros corazones por el Espíritu Santo.  Un amor que se manifiesta a través de la fidelidad a su mandamiento, que es a su vez, en primer lugar, el mandamiento del amor, que subyace a todos los demás.

En la tentación de Adán y Eva al principio del Génesis, el tentador quiere convencerles de que pueden acaparar ese conocimiento que Dios, según el tentador, querría reservar para sí mismo. Jesús reprocha a los fariseos haber quitado la llave del conocimiento, sustituyendo el amor por la observancia de una multitud de mandamientos y prácticas.

En esta Eucaristía, preguntémonos hasta qué punto nosotros mismos penetramos en el misterio del conocimiento de Dios, mediante la fidelidad a su mandamiento del amor a Dios y al prójimo, y hasta qué punto nos cerramos a este conocimiento -y al mismo tiempo bloqueamos el acceso a él de nuestros hermanos- cuando no cumplimos este mandamiento fundamental del amor a Dios y al prójimo.

Armand Veilleux