9 de noviembre de 2021 - Dedicación de la Basílica de Letrán

Ez 47, 1-2.8-9.12; 1 Cor 3, 9-11.16-17; Jn 2, 13-22 

Homilía 

           En cada comunidad donde hay una iglesia consagrada, se celebra cada año la "dedicación" de esa iglesia, es decir, el aniversario del día en que el edificio fue consagrado al culto de Dios, y por tanto el día en que la comunidad comenzó a reunirse allí varias veces al día para celebrar los Oficios Divinos, y en el que las monjas o los monjes comenzaron a acudir allí en privado, a todas horas, para encontrarse con Dios en íntima oración.  También celebramos cada año la dedicación de la iglesia de la diócesis donde se encuentra nuestro monasterio.  Pues bien, hoy es la dedicación de la Catedral de la Iglesia de Roma lo que celebramos. 

           La Basílica de San Pedro es obviamente más conocida que la Basílica de Letrán.  Es el lugar al que acuden primero todos los peregrinos y turistas que llegan a Roma.  También es donde tienen lugar la mayoría de las grandes celebraciones litúrgicas papales.  Sin embargo, la catedral del Papa, como obispo de Roma, es la Basílica de Letrán, no el Vaticano.  El Papa es ante todo el obispo de la diócesis de Roma, y es precisamente en su calidad de obispo de Roma y, por tanto, de sucesor de Pedro, que tiene la misión de confirmar a sus hermanos en la fe y asegurar la comunión entre todas las Iglesias locales.  Por ello, hoy expresamos nuestra comunión con la Iglesia de Roma y con todas las Iglesias locales de la cristiandad al conmemorar esta dedicación. 

           La catedral de Letrán fue erigida en el año 320 por Constantino, poco después de su conversión y del fin de la era de las persecuciones.  Se construyó siguiendo el plan de las "basílicas", es decir, las casas del pueblo en el Imperio Romano.  Todas las grandes basílicas romanas han conservado hasta hoy el carácter de gran espacio interior donde el pueblo se reúne para celebrar el misterio cristiano, pero también y sobre todo para celebrar el misterio de su comunión en Cristo. 

           En el Evangelio de los mercaderes expulsados del Templo, Jesús ya revela que el culto de la Nueva Alianza es muy diferente al de la Antigua Alianza.   El Templo de la Antigua Alianza, que era la "casa de Dios" - "la casa de mi Padre", dice Jesús- no es sustituido por un nuevo templo material, ni por muchos, sino por la humanidad de Cristo.  El templo del que hablaba -dice San Juan- era su cuerpo.  Desde la muerte y resurrección de Jesús, él habita en cada uno de los que han recibido su Espíritu y que, por tanto, se han convertido en el Templo de Dios.  No olvidéis -nos dice San Pablo- que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros...  El templo de Dios es santo, y vosotros sois ese templo. 

           La visión de Ezequiel del agua que fluye desde el lado derecho del Templo, trayendo vida y fecundidad, así como alimento y curación a todo lo que toca, siempre se ha aplicado a Cristo en la tradición cristiana.  Es Él quien es la fuente de nuestra comunión y unidad. 

           Desde hace varios siglos, el Papa no vive en Letrán, sino en el Vaticano.  En el ejercicio de su ministerio de comunión debe ser asistido por varios colaboradores que, con el tiempo, se han convertido en una pesada máquina administrativa llamada Curia Romana.  Puede ocurrir que algunos de nosotros no estemos siempre de acuerdo con determinadas posiciones adoptadas por los organismos romanos.  Incluso puede ocurrir que veamos algunas de las decisiones de estos "dicasterios" como obstáculos a la comunión más que como ayudas a la misma.  Pero estos son accidentes de la historia.  Lo importante es que a través del Obispo de Roma estamos en comunión con todas las demás comunidades eclesiales del mundo, y que todos formamos un solo Templo, un solo Cuerpo de Cristo bebido con el mismo río de sangre y agua del costado derecho de Cristo abierto por la lanza del soldado en la Cruz.  Es este misterio de comunión el que celebramos hoy en la dedicación de la Catedral del Obispo de Roma. 

Armand VEILLEUX