13 de noviembre de 2021 - Día de todos los santos que han vivido bajo la Regla de san Benito
Is 61, 9-11; Jn 15, 1...8
Homilía
"Yo soy la verdadera vid". Esta es una de las muchas afirmaciones en las que Jesús revela su identidad: Yo soy el agua viva, la luz del mundo, el buen pastor, la puerta de las ovejas, la resurrección y la vida, el camino, la verdad, etc. Los elementos con los que se identifica son casi siempre elementos esenciales de la vida humana, y a menudo se añade un adjetivo para subrayar su importancia: agua viva, buen pastor, por ejemplo.
Aquí Jesús se presenta como la verdadera vid. Para entender el significado de este adjetivo, debemos recordar que la verdad en el pensamiento judío está estrechamente ligada a la idea de fidelidad y constancia. No debemos olvidar que en todo el Antiguo Testamento, especialmente en los profetas, el pueblo de Israel es comparado con una vid (Oseas 10:1; Jer 2:21; Ez 17:1-10; Isaías 5:1-8, etc.). Pero el problema de esta vid es que no ha sido verdadera, no ha sido fiel, y por tanto no ha dado fruto a su dueño. Por eso, es en contraste con esta vid que Jesús dice: "Yo soy la verdadera vid".
Otra categoría importante en nuestro texto es la de la permanencia. El verbo "permanecer" aparece constantemente (ocho veces) como leitmotiv. Sólo podemos dar fruto si permanecemos estrechamente unidos a Jesús; es decir, si permanecemos en él y él en nosotros. Y la gloria del Padre de Jesús, que es el viñador, es que demos mucho fruto. En efecto, no estamos llamados a ser discípulos de Jesús y a formar su Iglesia simplemente para nuestra propia perfección individual, sino para dar fruto en el mundo, al que somos enviados para ser testigos de la salvación que trae Jesús.
Jesús lleva la imagen de la vid aún más lejos. Para dar fruto, no basta con permanecer unido a la vid. Debemos aceptar ser purificados, ser podados; ser despojados de todo lo que es ajeno al Evangelio.
Este texto es muy apropiado para la fiesta que celebramos hoy: el día de Todos los Santos de la Orden, es decir, la fiesta de todos los que se han santificado viviendo según la Regla de San Benito en la Orden de Citeaux. Lo que se describe en este Evangelio es lo que constituye la esencia de la experiencia espiritual cisterciense: la estabilidad. Una estabilidad que no es simplemente el hecho de permanecer siempre en el mismo lugar, sino que consiste en un esfuerzo constante por permanecer en Dios, por hacer nuestra morada en Él, para que Él mismo haga su morada en nosotros, como ha prometido.
Uno de los aspectos esenciales de nuestra vida monástica es la escucha constante de la Palabra de Dios. Si alguien escucha mi palabra -dijo Jesús-, mi Padre lo amará, y vendremos a hacer nuestra casa con él. Podríamos añadir que la palabra griega utilizada en el Evangelio de Juan para "morada" es la palabra "monè", que es una de las palabras utilizadas en la literatura monástica griega para el monasterio. Permanezcamos, pues, en la Palabra de Jesús, para que Él y su Padre hagan de nuestro corazón el "monasterio" en el que vendrán a habitar.