25 de noviembre de 2021 - Jueves de la 34ª semana impar
Daniel 6, 12-28; Lucas 21, 20-28
Homilía
Continuamos nuestra lectura del Libro de Daniel. Ayer vimos a Daniel interpretando para el rey Darío las palabras escritas milagrosamente en la pared del comedor de su palacio. Hoy vemos cómo Daniel es víctima de los celos de algunas personas y es arrojado al foso de los leones, sólo para salir milagrosamente protegido. Sin embargo, la escena termina con una matanza. El rey Darío, después de sacar a Daniel del foso de los leones, arroja a sus acusadores con sus esposas e hijos. Esto está muy lejos de la moral evangélica y del respeto a los inocentes, por no hablar del respeto a la propia vida humana. Este relato debe interpretarse como parte de una larga historia en la que el pueblo de Israel experimenta a un Dios cercano, que participa en su vida, en sus luchas, en sus derrotas y en sus victorias. No fue hasta el Nuevo Testamento que se reveló el Dios del amor y la justicia.
En cuanto a la revelación del "fin de los tiempos" de la que habla Jesús en su gran discurso escatológico, ahora podemos tomar el resto de su discurso como un todo.
El "fin de los tiempos" para Jesús, especialmente si tomamos el conjunto de sus profecías sobre este tema en los tres evangelios sinópticos, no significa un tiempo en el que el universo creado será destruido y dejará de existir. Más bien, significa la meta, la finalidad última hacia la que tiende toda la marcha de la historia. Significa la finalización del universo tal y como lo quiso el creador, no su destrucción. Habrá guerras, pero ese no será el final. Habrá terremotos y catástrofes naturales, pero eso no será el fin. Habrá persecuciones, pero tampoco será el fín. Finalmente el Evangelio será predicado a todas las naciones y el Hijo del Hombre aparecerá con todo su poder y gloria. Entonces se realizará el fin, el propósito último de la creación. Los hombres podrán levantar la cabeza porque habrá llegado su liberación.
Todos los grandes relatos apocalípticos apuntan no a la destrucción, sino a la plena realización del movimiento de retorno del universo creado a Dios, de cuyas manos salió.
Alegrémonos, silenciemos todos nuestros temores y vivamos no esperando la destrucción del mundo, sino esperando la plena realización, de cada uno de nosotros y de toda la creación. Dios nunca destruirá lo que ha creado por amor, sino que lo transformará haciendo crecer hasta la plenitud la semilla de vida divina que ha puesto en él.