28 de noviembre de 2021-- 1er Domingo de Adviento "C"

Jer 33:14-16; 1 Tes 3:12-4:2; Lc 21:25...36

Homilía

            La historia de la humanidad, así como la de cada nación y familia, o incluso la de cada individuo, conoce momentos de crisis, profundas o leves.  Es a esos momentos a los que se refiere Jesús en las primeras frases de este relato, que concluye con la sorprendente frase: "Cuando empiecen estos acontecimientos, levantaos y levantad la cabeza".  Jesús continúa su exhortación con una llamada a la vigilancia y a la oración continua. De este modo, dice, seremos juzgados dignos... "de presentarse de pie ante el Hijo del Hombre". De pie, por lo tanto, en una actitud de dignidad y confianza, que es muy diferente del miedo y la servidumbre. 

 

El acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad es el que celebraremos al final del tiempo de Adviento, que comenzamos hoy: el momento en que Dios asumió una de sus criaturas haciéndose hombre.  Cuando Dios se manifestó como hombre en Jesús de Nazaret, toda la humanidad fue asumida.  Es en el corazón de la humanidad donde se depositó una semilla de vida divina.  El "hijo del hombre" del que habla el texto evangélico que acabamos de escuchar no es simplemente el Mesías, el niño nacido de María, sino todo hombre, toda persona humana, la humanidad misma.

            El mensaje final del gran discurso escatológico de Jesús, cuya parte principal acabamos de leer, no es una llamada al miedo, la resignación o la angustia.  Por el contrario, es una llamada a la esperanza y a la dignidad.

            Como en muchos textos proféticos del Antiguo Testamento, las catástrofes cósmicas son utilizadas por Jesús como imágenes de la violencia entre los hombres, desde que Caín derramó la sangre de su hermano Abel.  Jesús, a través de estas imágenes, aludía a toda la miseria que los humanos de su tiempo se infligían unos a otros mediante la explotación, la esclavitud, las guerras, la codicia.  Y anuncia que el hombre -el "Hijo del Hombre"- la humanidad puede salir y saldrá de este ciclo de autodestrucción y se revestirá finalmente de toda la grandeza y la gloria que conlleva ser hijo de Dios.  Hoy, Jesús, si nos diera el mismo discurso, mencionaría no sólo las matanzas en Sudán o Yemen, por ejemplo, sino también las armas de destrucción masiva que son la deuda de los países pobres con los ricos y el hambre que esta deuda provoca, así como la monopolización de la mayoría de los recursos del planeta por una pequeña minoría privilegiada. Probablemente también mencionaría la posibilidad de que la humanidad se haya dado a sí misma el poder de autodestruirse.

            Y Jesús no diría, como tampoco dijo a los judíos de su tiempo: "acurrúquense en un rincón hasta que alguien venga a salvarlos" y menos aún: "acepten una muerte dolorosa para tener, después de la muerte, la felicidad eterna en otro mundo".  No, él diría, ahora como entonces: "Cuando todos estos acontecimientos se manifiesten, --en el mismo momento en que se manifiesten-- levántense, levanten la cabeza". "Las potencias de los cielos tiemblan y se tambalean", volvería a decir, refiriéndose simbólicamente a los poderes tiránicos que se han autodivinizado. Si permanecéis rectos, despiertos, si os cuidáis de no dejaros agobiar por el libertinaje, la embriaguez, la búsqueda desenfrenada de bienes materiales, entonces no sólo se manifestará de hecho, en la historia, la dignidad del ser humano, sino que también podréis manteneros erguidos, en toda vuestra dignidad, ante Dios, que se ha convertido en el "Hijo del Hombre" por excelencia.

            Los verdaderos discípulos de Jesús deben ser seres intrépidos y optimistas, porque han puesto su confianza en el Padre de Jesús. Pero son verdaderos optimistas, no ingenuos.  Son optimistas con los dos pies firmemente plantados en el suelo, con la cabeza bien alta para ver el rostro de Dios y escuchar su voz.  Estos verdaderos discípulos, con la cabeza alta, también se arremangan para hacer su parte en la reconstrucción, con las herramientas del amor, del universo asolado por las herramientas del odio. 

            La liturgia de este primer domingo de Adviento es el toque de clarín que abre este trabajo y nos lanza a esta campaña.  Tenemos la misión no sólo de mantener o recuperar la confianza, sino de devolver a todos nuestros hermanos humanos la confianza en el extraordinario futuro al que la humanidad está invitada por la Encarnación del Hijo de Dios.

Armand Veilleux