3 de diciembre de 2021 - Viernes de la 1ª semana de Adviento

Isaías 29:17-24; Mateo 9:17-31

Homilía

           El leccionario litúrgico, muy rico en este tiempo de Adviento, no se limita a darnos unos breves textos para meditar.  Más bien, nos da algunos puntos de referencia para guiar nuestra lectio divina. 

 

           Así, en la primera lectura de la misa de cada día, recorremos muy rápidamente el libro de Isaías.  Estos pocos textos pueden ser evocadores, pero es imposible percibir todo su significado sin ponerlos en contexto.  Es, pues, todo el libro de Isaías el que debemos releer durante este tiempo de Adviento, avanzando al ritmo del Leccionario. (Podemos hacerlo fácilmente leyendo algunos capítulos al día). 

           Isaías vivía en una época difícil.  Sabe recordar al rey y al pueblo sus pecados, advertirles del castigo divino, prevenirles contra las alianzas peligrosas con los pueblos paganos; pero también sabe anunciar días mejores para Jerusalén en textos que siempre se han interpretado en la Iglesia como profecías mesiánicas. 

           En la lectura de hoy de Isaías, tenemos la profecía a la que el propio Jesús se refirió cuando Juan el Bautista envió a sus discípulos a preguntarle: "¿Eres tú realmente el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?  Jesús se limitó a responder: vayan y cuenten a Juan lo que han visto: "Los cojos andan, los sordos oyen, los ciegos ven y a los pobres se les anuncia la buena nueva".

           Al comienzo del Adviento, así como en las lecturas de la misa repasamos rápidamente el libro de Isaías, también repasamos rápidamente el comienzo del Evangelio de Mateo.  Ayer tuvimos la conclusión del Sermón de la Montaña, como una especie de resumen de ese largo discurso.  En Mateo, este discurso va seguido del relato de diez milagros.  Hoy leemos el relato de uno de estos milagros, como resumen de toda esta sección. Es el milagro de los dos ciegos que fueron curados a causa de su fe, y a los que Jesús aconsejó que no dijeran nada, pero que pronto empezaron a gritarlo desde los tejados.

           Pidamos al Señor una fe similar, para que también nosotros seamos curados de toda nuestra ceguera.

Armand Veilleux