8 de diciembre de 2013 - Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Génesis 3:9...20; Ef 1:3...12; Lucas 1:26-38

Homilía

Las lecturas de esta mañana son extraordinariamente ricas.  Nos presentan un grandioso fresco de la Historia de la Salvación desde el momento de la creación hasta la plenitud de los tiempos.  E incluso la carta a los Efesios nos lleva más atrás, incluso antes de la creación del mundo, al momento en que todos fuimos elegidos en Cristo para ser, en el amor, sus hijos e hijas, santos e irreprochables ante él.

 

Al principio de la creación, hay un hombre y una mujer, Adán y Eva, creados a imagen de Dios, que desgraciadamente comprometen gravemente esa imagen en sí mismos.  Cuando el tiempo se cumple, todavía hay una mujer y un hombre, María y Jesús, que restauran esa imagen para toda la humanidad. Y sabemos por el gran relato del Apocalipsis que al final de los tiempos, en la Jerusalén celestial, habrá de nuevo una mujer y su hijo, la mujer coronada con doce estrellas y su hijo que reinará en el trono de la gloria para siempre.

Los paralelos y contrastes entre el relato del Génesis y el del Evangelio de hoy son sorprendentes.  En el primer caso está la serpiente que engaña; en el segundo está el ángel de Dios que trae el mensaje de salvación.  En el primer caso está la maldición, en el segundo la bendición.  En el primer caso hay miedo y autojustificación; en el segundo hay confianza y entrega.

Toda la historia es un himno a la grandeza de la humanidad tal como surgió de las manos de Dios.  Creó al hombre y a la mujer para que fueran sus hijos.  La belleza de su ser creado consistía en su fragilidad.  No son dioses, son seres creados, limitados, y por tanto vulnerables a las fuerzas del mal y de la nada.  Desde el principio de su existencia todo parece comprometido.  Parece que pierden la batalla.  Pero Eva, la viva y madre de todos los vivos, será fiel a su nombre y no dejará que las fuerzas de la muerte derroten la vida que tiene confiada. 

Dios ha puesto la enemistad entre la mujer y las fuerzas de la muerte representadas por la serpiente.  La Vida será finalmente más fuerte que la muerte y, tras una larga evolución y una larga espera, la Vida conocerá la victoria total y definitiva sobre la muerte en otra mujer, otra Eva, una jovencísima niña llamada María, que se convierte en la Madre de Aquel que es la Vida misma.  Finalmente, aparece la mujer totalmente fiel a su nombre, aquella en la que la Vida ha vencido totalmente las fuerzas de la serpiente, la plenamente viva, la madre de la Vida y de todos los vivos.  Es esta victoria de la Vida en ella, desde el primer momento de su existencia, la que celebramos hoy.  Así, la hostilidad entre la serpiente y la mujer, establecida por el Creador, resultó en la victoria total de la Mujer.

El relato del Génesis es una representación simbólica de la lucha diaria en cada uno de nuestros corazones entre el bien y el mal, entre la vida que no cesa de querer crecer en plenitud y la muerte que nos llama a la nada -- entre la serpiente que ha hecho en nosotros un nido del que no quiere ser desalojada, y el Espíritu de Dios que quiere cubrirnos con su sombra y hacer nacer en nosotros la verdadera vida.  En cada uno de nosotros hay un Adán, que se deja llevar tontamente a la transgresión y que, avergonzado, dice: "Me escondí porque estaba desnudo". También hay una Eva en cada uno de nosotros, que por supuesto fue engañada, e incluso llevó a Adán por el mal camino, pero que mantendrá viva la enemistad entre ella y la serpiente hasta que le aplaste la cabeza.

          Esta victoria no es sólo suya; es la victoria de toda la humanidad. Es nuestra. Así, desde el momento en que esta victoria de la Vida sobre las fuerzas del mal ha sido confirmada por la disposición de María a dejar que la Vida penetre en ella, la obra de nuestra redención puede comenzar, y ya Lucas, en su narración, pone de manifiesto el nacimiento del Precursor.

          El relato de Lucas termina con las palabras. "Entonces el ángel la dejó". María se queda sola con su secreto. Lo llevará durante nueve meses. Pronto compartirá ese secreto con nosotros; eso es lo que celebraremos en Navidad.