7 de diciembre de 2021 - Martes de la 2ª semana de Adviento
Isaías 40, 1-11; Mateo 18, 12-14.
Homilía
La primera lectura de hoy, tomada como en días anteriores del Libro de Isaías, es el comienzo de la segunda parte de ese Libro, o lo que se llama el Segundo Isaías, y por tanto también el comienzo de lo que se conoce con el hermoso nombre de Libro de la Consolación de Israel. Es al mismo tiempo la historia de la vocación del profeta.
Es uno de los textos poéticos más bellos del Antiguo Testamento. Es un texto lleno de ternura y alegría que anuncia el fin del exilio. Los versos "Una voz grita: 'Prepara un camino en el desierto para Yahvé'. Endereza en la estepa un camino para nuestro Dios. Que todo valle se llene, que todo monte y colina se rebaje" será citado por Juan el Bautista. Por eso se le compara con el segundo Isaías.
Al final del bello texto, se compara a Yahvé con un pastor que apacienta su rebaño, recoge a sus corderos en brazos, los estrecha contra su pecho y los lleva a descansar. No es de extrañar, por tanto, que se haya elegido como Evangelio el pasaje del Evangelio de Mateo sobre la oveja perdida que el buen pastor va a buscar, dejando a las otras noventa y nueve en el monte. Y la conclusión es que este pastor obtiene más alegría de esta oveja perdida que de todas las demás.
En Lucas, esta parábola forma parte de un grupo de tres, todas ellas con el mismo tema de la alegría: la alegría de la mujer que encuentra su moneda perdida, la alegría del pastor que encuentra su oveja perdida y la alegría del padre que encuentra a su hijo. La conclusión de estas tres parábolas fue: "Hay más alegría en el cielo por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia".
Aquí, en Mateo, la conclusión es diferente. Dado que este texto sigue a la advertencia contra el escándalo de los pequeños, es más fácil entender por qué el relato termina aquí con la frase: "Vuestro Padre que está en los cielos no quiere que ninguno de estos 'pequeños' se pierda".
Pidamos a Dios la gracia de saber alegrarnos de la salvación y de todas las gracias de nuestros hermanos, y pidamos también a Dios no escandalizar nunca a los pequeños de su reino.
Armand Veilleux