21 de diciembre de 2021 - 4ª semana de Adviento

Cant 2, 8-14; Lucas 1, 39-45

Homilía

          En los dos primeros capítulos de su Evangelio, Lucas presenta todos los grandes temas de este Evangelio y reúne ya a todos los personajes importantes, empezando por Jesús y Juan el Bautista, a quienes reúne aquí en el seno materno.

 

          Sabemos cómo todo el Evangelio de Lucas, después de estos dos capítulos preliminares, se construirá en torno al tema de la subida de Jesús a Jerusalén. Este viaje, además de ser un movimiento geográfico, es también un tema teológico.  Jesús enseña a sus discípulos lo que será su propia peregrinación humana: un viaje hacia la gloria a través del sufrimiento.  A uno que expresó su deseo de seguirle, le dijo: "Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza.  Según Lucas, Jesús comenzó su vida en la inseguridad, lejos de la casa de sus padres, en un pesebre.  Todo esto es un símbolo de su rechazo por parte de los líderes del pueblo de Israel, que no tenían lugar para él en su tradición.  La trayectoria de la vida de Jesús en el Evangelio de Lucas comienza sin un lugar para él en la posada y termina sin un lugar para él en el corazón de su pueblo.  La respuesta de Jesús al seguidor expresa que la vulnerabilidad y la inseguridad son una condición para el discipulado: una apertura total a todo lo que puede significar la obediencia a Jesucristo.

          Lucas anticipa toda esta enseñanza en sus dos primeros capítulos.  La primera expresión de esto es María, que es el modelo de todo discípulo que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica.  El relato de Lucas describe la forma inesperada en que, en continuidad con el Antiguo Testamento, Dios elige a una joven virgen judía de una pequeña aldea de Galilea.  Ahora bien, Galilea estaba en una provincia del norte, y era despreciada por los judíos más educados de Judea.  Una de las razones de este desprecio era que la región estaba habitada por muchos gentiles, por lo que la pureza ritual incluso de los judíos que vivían allí era cuestionable.

          No sólo Dios visita a esta chica.  En ella y a través de ella visita al resto de la humanidad.  En el Antiguo Testamento, en el Segundo Libro de Samuel (2 Sam 6:2-11), hay una colorida descripción del traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén.  El Arca, que es el símbolo de la presencia de Dios, descansa en la casa de Obed-Edom y es una fuente de grandes bendiciones para esa casa.  David baila ante el Arca.  Lucas recoge todos estos elementos en el relato evangélico que acaba de leer, en su descripción de la visita de María a su prima Isabel.  Al igual que el Arca, María emprende un viaje de Galilea a Judea a través de las montañas de Samaria.  Se produce la misma manifestación de alegría, incluida la danza sagrada que realiza Juan el Bautista en el vientre de su madre, correspondiente a la de David ante el Arca.  Y la exclamación de saludo de Isabel a María reproduce casi verbalmente la de David ante el Arca.

          María es la verdadera Arca de la Alianza, que comunica la presencia de Dios a todos los que visita.  Pero todo esto se hace con extrema sencillez y con un admirable toque de humanidad. Pidámosle que nos obtenga la gracia de recibir a Jesús con alegría en nuestros corazones y, por qué no, de saber manifestar esta alegría con la misma exuberancia que David ante el Arca.