9 de enero de 2022 -- Fiesta del Bautismo del Señor "C

Is 40:1...11; Ti 2:11...3,7; Lc 3:15...22

Homilía

            De los cuatro evangelistas, Lucas es el que más destaca todo lo relacionado con la oración.  En el relato del bautismo de Jesús, es el único que menciona que fue mientras Jesús rezaba, después de ser bautizado por Juan, cuando el cielo se abrió y el Espíritu Santo descendió sobre él en forma de paloma.  Y fue a través de esta misma abertura en el cielo por donde entró la voz del Padre, diciendo: "Tú eres mi Hijo; hoy te he engendrado”. Intentemos ver qué nos enseña este texto sobre la oración.

 

            La oración -ya sea una oración de adoración, de petición o de acción de gracias- es una actividad que rasga el velo entre el mundo creado y su creador, que rompe el muro entre el tiempo y la eternidad.  Vivimos en un tiempo en el que hay un ayer, un hoy y un mañana.  Dios vive en un presente eterno.  A través de la oración, que nos pone en comunión con Dios, entramos en este eterno presente de Dios.  Esto es posible porque él mismo ha tomado el camino contrario.  El Hijo de Dios se hizo uno de nosotros.  Vino en el tiempo y en el espacio.  Y cuando comenzó a orar, el velo entre el tiempo y la eternidad, entre el espacio humano y la omnipresencia de Dios, se rasgó y la voz del Padre que desde toda la eternidad engendra a su Hijo pudo decir, en el tiempo de nuestra historia: "hoy", sí, "hoy te he engendrado". 

            Esta voz del Padre acompaña el descenso visible del Espíritu Santo sobre Jesús.  Cuando nos ponemos en oración, es decir, cuando nos abrimos al don de la oración, el cielo se abre y el Espíritu del Padre y de Jesús desciende sobre nosotros para orar en nosotros, permitiéndonos decir: "Abba, Padre", y entonces, cada vez, la voz del Padre nos dice también: "Tú eres mi Hijo, hoy te he engendrado".  Nos convertimos en hijos adoptivos en el Hijo amado, el primogénito de muchos hermanos y hermanas.  Este es el bautismo en el Espíritu y en el fuego que anunció Juan el Bautista.  Es un bautismo de fuego porque quema todo lo que es extraño a esta comunión o que la obstaculiza.

            Podemos entonces comprender la enseñanza de los grandes teólogos de la época patrística y de la Edad Media que veían en la liturgia de este mundo una participación en la liturgia celestial.  Todos los bienaventurados que han pasado de la vida presente a la vida eterna alaban constantemente a Dios en su eterno hoy.  Nuestras liturgias y servicios aquí abajo, a pesar de su pobreza e incluso a pesar de nuestras distracciones, provocan este desgarro que abre el cielo y nos permite por un momento entrar en este mismo hoy de Dios donde todo está presente. Entonces nuestra liturgia aquí abajo se vuelve completamente contemporánea de la liturgia celestial. 

            Se hace realidad, pues, lo que Pablo escribió a su discípulo Tito: “Dios, nuestro Salvador, ha mostrado su bondad y su ternura hacia los hombres; nos ha salvado.”

Armand VEILLEUX